El devenir sin finalidadla quiebra de la fe en la idea de progreso en la distopía inglesa de la primera mitad del siglo XX : H.G. Wells, Aldous Huxley y George Orwell

  1. Fernández Medrano, Héctor
Dirigida por:
  1. M. Estrella López Keller Directora

Universidad de defensa: Universidad Complutense de Madrid

Fecha de defensa: 20 de junio de 2013

Tribunal:
  1. María Luisa Sánchez-Mejía Rodríguez Presidenta
  2. Luis Arranz Notario Secretario
  3. Manuel Menéndez Alzamora Vocal
  4. Juan Antonio Roche Cárcel Vocal
  5. Manuel Álvarez Tardío Vocal

Tipo: Tesis

Resumen

¿Es ¿mejor¿ la humanidad hoy de lo que lo era hace 3.000 años? ¿Hemos progresado como civilización? La humanidad goza de mayor libertad que los hombres del pasado respecto a poderes autoritarios de cualquier tipo: libertad de pensamiento, libertad de expresión, libertad de reunión, libertad para desplazarnos, libertad para asociarnos, libertad para elegir nuestros trabajos, etc.. la humanidad disfruta de mayores comodidades, de salud, de higiene, de educación. Desde luego, cuantitativamente hay más hombres que disfrutan de más libertad que en el pasado y cualitativamente para la mayoría la vida es -mejor-. Pero esta afirmación no es válida para toda la humanidad. Existen importantes bolsas de pobreza en el mundo, situaciones de explotación y miseria pese a que los avances científicos permitirían obtener recursos materiales suficientes para proveer de todos esos progresos a toda la humanidad. Por otro lado, pese a los avances en los sistemas políticos la amenaza de la dominación sigue siendo el mayor peligro para las sociedades democráticas y una realidad fácilmente contrastable en el resto de sistemas. En cualquier caso, no es el objetivo de este trabajo valorar si ha existido o no el progreso como tal, sino en intentar rastrear cuándo un importante número de intelectuales y científicos sociales e historiadores comenzaron a percibir y a extender la idea de que la fe en ese progreso lineal, ascendente e imparable que ha acompañado a la civilización en mayor o menor medida (sobre todo en los últimos dos siglos), comenzaba a marchitarse. La Modernidad asumió el progreso como su dogma fundamental. En el cúlmen de la Modernidad, a mediados del siglo XX el lanzamiento de dos bombas nucleares por parte de la mayor democracia del mundo contra la población civil cambió esta tendencia. Durante los años anteriores y siguientes se desvelaron otros horrores de la guerra. De hecho, 20 años antes el mundo ya había conocido horrores equiparables en la primera conflagración mundial, que generaron todo tipo de estudios y literatura de escépticos con el progreso, pero no fue hasta finales de la primera mitad del siglo XX que la desconfianza en el progreso se extendió de los reducidos círculos intelectuales al común de la sociedad. Este trabajo se remonta a los inicios del siglo XX, cuando todavía la fe en la idea de Progreso era el dogma más extendido. El novelista H. G. Wells, apasionado con el género utópico, el género literario que durante siglos había servido a intelectuales de todo el mundo para plasmar sus visiones del gobierno y la sociedad perfecta siguiendo la premisa de que a través del progreso ese objetivo sería alcanzable, inauguró una nueva versión de la utopía, un subgénero o una superación de ésta, la ¿distopía¿. A Wells le siguieron y superaron, en su mismo país Aldous Huxley y George Orwell. Ambos terminaron con la fe en la Idea de Progreso, independientemente de que ese fuese su objetivo. Habrían de pasar al menos dos décadas hasta que el conocimiento científico elaborase un cuerpo teórico acerca de esa percepción generalizada del escaso avance moral de la civilización integrado bajo una misma denominación.