Análisis de los modos de presencia escultórica

  1. BARREDO DE VALENZUELA ALVAREZ, FERNANDO A.
Dirigida por:
  1. Juan Fernando de Laiglesia Director/a

Universidad de defensa: Universidad Complutense de Madrid

Fecha de defensa: 25 de enero de 2016

Tribunal:
  1. Mercedes Replinger González Presidenta
  2. Eugenio Bargueño Gómez Secretario
  3. José Javier Rivera Blanco Vocal
  4. Ángeles Saura Pérez Vocal
  5. Alfonso Masó Guerri Vocal

Tipo: Tesis

Resumen

Esta tesis afronta la resolución del por qué y el para qué de la escultura como actividad humana a través del estudio de los modos de presencia, siendo la escultórica la de mayor rango intelectual. Ello permite una mejor comprensión de la relevancia del pensamiento atístico dentro de la colectividad humana, así como de los efectos que sus obras producen en los entornos natural y social. La escultura se muestra como una magia ancestral pero de extraordinaria vigencia, a través de la cual el ser humano adquiere fuerza y conocimiento, La investigación transcurre por dos vías paralelas que luego convergen en páginas comunes con un lenguaje sincrético. La exploración intuitiva del ámbito intangible, y el análisis racional sobre lo tangible, nos muestran las dos caras de la moneda que avalora la práctica de este arte que nos ha legado los vestigios más antiguos de nuestra cultura, habiendo preservado nuestra memoria antropobiológica. Desde la compleja simbología de la sombra, esencial en la construcción del pensamiento humano, hasta el análisis de las relaciones posibles entre un objeto y un sujeto, tomando para ello como ejemplo el útil ladrillo, se investigan los distintos modos de presencia con los que nos enfrentamos a dos realidades, la externa física y la interna mental. Los resultados de la exploración evidencian que el llamado pensamiento mágico, tenido como propio del estadio primitivo, es el que sigue articulando nuestra visión de la realidad, nuestra percepción de un mundo que naufraga culturalmente en procesos de exhaustiva especialización y de soberbia científica, y en el que las religiones han fracasado por intolerantes, siendo la mayor causa de desentendimiento y la excusa perfecta para la barbarie, el arte ofrece la posibilidad de encuentro y de concordia. La revolución que ha supuesto en la escultura, en el tránsito del primer al segundo milenio, un proceso radical de desmaterialización, así como la recuperación de su carácter mediático al servicio de la sociedad, ha posibilitado la recuperación de la acción ritual sin tributar a las iglesias, ni rendir cuentas a los sistemas filosóficos, ni necesitar la anuencia de los cotos científicos, ni servir a los intereses políticos; más bien, ha permitido cuestionarlos a todos y criticar como nunca sus excesos. Este arte ritual, aletargado desde que la escultura se acomodó a transitar meramente lo tangible, y que ha resucitado con su recuperación de lo intangible, podría ser el factor de integración que necesita la sociedad humana, actualmente sumida en procesos de fanatismo religioso, discriminación cultural y económica, materialismo, terrorismo, etc. Escultores como Alberto Sánchez, Brancusi, Oteiza o Chillida tendieron desde su discurso escultórico puentes para el reencuentro del saber y del sentir, en los que intercambiar lo profundo desde sus distintos parámetros de intelectualidad o espiritualidad, alentando la igualdad y la libertad. Chamanes contemporáneos como Beuys preconizaron un arte como religión para la solución de los grandes conflictos humanos. El encuentro con la sombra, enunciado ya por los psicólogos postjungianos como posibilidad de equilibrio entre nuestros consciente e inconsciente, nos llevaría sin duda a un mundo mejor. En ese mundo, la escultura y el arte ritual que nació en torno a las primeras estatuillas en el interior de cavernas mágicas, y que ha llegado hasta nuestros días un tanto secuestrado en iglesias, pagodas, mezquitas o sinagogas, ya desnudado de factores ideológico-económicos y entregado por igual al conjunto de la Humanidad, como el fuego que robara a los dioses Prometeo -el primer escultor-, contribuirían de modo extraordinario a la paz y a la justicia social. Aún es posible el sueño de Ícaro: volar libremente sin ser quemados por el absolutismo del Sol, portando antorchas de sombra, el relativismo del laberinto. La conciliación de nuestra dualidad nos permitirá la recuperación de la unidad perdida.