El desahucio de viviendas y su incidencia sobre el sujeto. Una perspectiva antropológica

  1. Contreras Jiménez, Encarnación
Dirigida por:
  1. María Isabel Jociles Rubio Directora

Universidad de defensa: Universidad Complutense de Madrid

Fecha de defensa: 28 de junio de 2017

Tribunal:
  1. Ricardo Sanmartín Arce Presidente
  2. Ana María Rivas Rivas Secretaria
  3. Nancy Anne Konvalinka Vocal
  4. Juan Antonio Flores Martos Vocal
  5. David Poveda Bicknell Vocal
Departamento:
  1. Antropología Social y Psicología Social

Tipo: Tesis

Resumen

A raíz del proceso de especulación inmobiliaria el bien vivienda sufrió un proceso de resignificación socio-cultural, pasando a ser valorado no solo por su valor de uso, sino también como una inversión. En este contexto los demandantes de vivienda fueron ¿conformados por¿ y ¿conformadores de¿ una racionalidad propietarista ilusionante en torno a la vivienda en propiedad. Estas lógicas fueron alentadas desde diversos ámbitos: legislativos, financieros, sociales y culturales, generándose representaciones en el imaginario colectivo que naturalizaron la propiedad. Los agentes sociales respondían con < < ilusión > > ante la idea de convertirse en propietarios. Esta emoción estaba conectada con el hecho de solventar las necesidades de alojamiento y también con los significados culturales compartidos en torno al bien vivienda en propiedad y a la racionalidad propietarista que lo circundaba. La < < ilusión > > , desde una segunda acepción, se podía entender como una energía anhelante (Berardi, 2003) que se instituye en un motor del capitalismo, que ancla a los sujetos a un endeudamiento futuro que tienen que afrontar y a un mercado en el que actúan como oferentes de trabajo. A partir de 2007 el Euribor -el tipo al que están referenciadas la mayoría de las hipotecas- sufrió un incremento, lo que unido a otros factores, propició que aumentara el número de personas que no podían afrontar el pago de los préstamos hipotecarios. En el nuevo contexto socio-económico -el de la crisis-, el bien vivienda sufre una nueva resignificación y, ante la dificultad de enajenarlo, pasa a ser considerado un bien lastre, puesto que impide el retorno a los países de origen, en el caso de la población migrante, o la movilidad a otros contextos laborales más propicios. Las problemáticas de vivienda y de impago hipotecario, culminen o no con la pérdida de la propiedad, suponen para quienes las vivencian una quiebra en la vida con repercusiones que trascienden el ámbito de lo material. De esta forma, las violencias del proceso tienen efectos sobre la salud, por ejemplo. El cuerpo es desplegado en contexto por los sujetos, presentándose frente a quienes pueden ayudarles como cuerpos arrojados, cuerpos enfermos o cuerpos medicalizados, es decir, es empleado ¿como dice Fassin (2003)- como recurso para reivindicar derechos mediante una interpelación a la < < razón humanitaria > > . Por otro lado, una vez concluye el proceso de ejecución hipotecaria, se procede al desalojo de la familia de la vivienda sin que se provea de un alojamiento alternativo, quedando quienes sufren la problemática en una situación de desamparo tras ser objeto de lo que Galtung (1996) no dudaría en calificar de violencia estructural. Por otra parte, los problemas de impago hipotecario y de vivienda evidencian procesos de individualización (Beck, 2012). La imposibilidad de afrontar de forma individual las problemáticas de vivienda les lleva a contactar con los colectivos sociales que conforman el campo de lucha por los derechos a la vivienda digna. La inserción de los sujetos en estos colectivos sociales es entendida en este trabajo como una etapa de liminaridad (Turner, 2005), en la que tienen lugar procesos de enculturación en unos significados que son elaborados conjuntamente. El análisis de los colectivos sociales es abordado considerándolos, en primer lugar, como redes sociales de apoyo mutuo conformadas en torno a diversas problemáticas (de vivienda, de hipotecas, de alimentos¿); en segundo lugar, como comunidades de práctica (Wenger, 2011); en tercer lugar, como comunidades de afectos; y, por último, como espacios sociales de lucha y de reivindicación política en los que tienen lugar procesos de empoderamiento de los actores sociales con efectos en las subjetividades e identidades.