El pintor madrileño José del Castillo (1737-1793)

  1. LOPEZ ORTEGA, JESUS
Dirigida por:
  1. José Manuel Cruz Valdovinos Director

Universidad de defensa: Universidad Complutense de Madrid

Fecha de defensa: 08 de octubre de 2014

Tribunal:
  1. Francisco José Portela Sandoval Presidente
  2. Jesús Cantera Montenegro Secretario
  3. María Soledad Cánovas del Castillo Sánchez Marcos Vocal
  4. Amelia María Aranda Huete Vocal
  5. Elena Santiago Páez Vocal

Tipo: Tesis

Resumen

El pintor madrileño José del Castillo 1737 1793 carece hasta el momento de un estudio completo que abarque toda su trayectoria artística. A pesar de su importancia, la indiferencia por parte de la historiografía y el ostracismo al que se ha visto obligada su figura, fruto de causas genéricas para el resto de sus contemporáneos si exceptuamos la figura de Goya, son manifiestas. Hemos reconstruido su periplo vital y trayectoria artística a través de un importante estudio en diversos archivos, en los cuales hemos rescatado abundante documentación inédita, además de una exhaustiva revisión bibliográfica de todo cuanto se ha venido a publicar sobre nuestro pintor, y elaborado el primer catálogo de su obra mediante un duro trabajo de campo en el que hemos engrosado su corpus artístico así como limpiado de varias obras que se le venía adjudicando. Formado en su niñez en los rudimentos de la pintura con el todavía enigmático pintor aragonés José Romeo, asistió por mediación suya a los estudios de dibujo de la Junta Preparatoria, donde fue protegido por el secretario de Estado, José de Carvajal y Lancaster, quien le pensionó en Roma para completar su formación artística junto al pintor italiano Corrado Giaquinto. De regreso a España junto a su maestro, cuando éste fue llamado para iniciar la decoración pictórica del Palacio real Nuevo de Madrid, llegaría a convertirse en su principal discípulo, protegiéndole y promocionándole desde su privilegiada posición de primer pintor de cámara y director de la recién fundada Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y a pesar de ello, prefirió opositar a una de las pensiones que el rey concedió para el perfeccionamiento artístico de los discípulos de la docta corporación, volviendo de nuevo a Italia. A su regreso todo había cambiado, el pintor bohemio Anton Raphael Mengs, se situaba en la cúspide cortesana, viéndose relegado a trabajos de poca estima y encargos de escasa relevancia que jamás le permitirían destacar de entre la crecida nómina de pintores de la corte. Su ingreso como académico de mérito y su nombramiento como teniente director honorario de la Academia, además de la protección del secretario de Estado, conde de Floridablanca, pudo remontar su carrera, pero ya era tarde, pues moriría en la extrema pobreza, tras una larga enfermedad, en la villa que le vio nacer a los cincuenta y cinco años de edad. Pintor de riquísimos registros, practicó diversas técnicas y géneros, e incluso se llegó a atrever con el arte del grabado, que cultivó con resultados notables. Trabajó para distinguidos mecenas del ámbito palatino, siendo su principal valedor el propio rey para quien se empleó en diversas ocasiones, siempre moviéndose entre la impronta de un delicado rococó de suaves tonalidades y chispeantes efectos, adquirido de su maestro Giaquinto, y un clasicismo en boga cultivado por Mengs, que conscientemente intentó asimilar a su estilo, a pesar de que los resultados no fuesen del todo satisfactorios. Sus pinturas para la fábrica de tapices de Santa Bárbara se revelan con las más altas cuotas de calidad de su arte, y sería en este ámbito donde se convierta en el principal innovador en la traducción de los asuntos, en un revulsivo al que seguirían el resto de pintores, convirtiéndose quizás, en el mejor pintor destinado a la confección de los reales paños de todo el siglo XVIII.