Fundamento del espejo

  1. Marinas Herreras, José Miguel
Revista:
Exit: imagen y cultura

ISSN: 1577-2721

Año de publicación: 2000

Título del ejemplar: El espejo

Número: 0

Páginas: 114

Tipo: Artículo

Otras publicaciones en: Exit: imagen y cultura

Resumen

En el principio era el espejo. Hay desde siempre una plata viva dispuesta, abierta a una presencia, al paso sigiloso y a la contemplación pausada del bulto entero del cuerpo, de la consulta atenta del rostro al rostro, de una mano que se acerca a su doble y ve que los otros dedos, los del otro lado, aproximan las yemas a las yemas en un tacto intimísimo y a la vez en el más distante, condenadamente ajeno, de los encuentros. Este es el destino del espejo. Acechar una caza mayor que sin él no sabría de sus límites ni su volumen, de su consistencia ni de su alma. Esta es la primera lección de los espejos solos, abandonados, de los espejos sin miradas que les devuelvan su mirada de laguna que espera. El espejo tiene la ambivalencia de los verdaderos elementos de nuestra cultura: es un objeto banal, simple como un rectángulo enmarcado en plástico que se ensarta en un clavo de una pared blanca de casa baja de ferroviario y ante él se afeita el hombre, pero también recibe de la mujer miradas más pausadas, con gestos de acercamiento y retirada, con dedos que ahuecan o estiran las guedejas del peinado, captura la fijeza del ojo que se busca y despeja una impureza, un pelo menudo, de la mano que traza una línea en ángulo o en labio. Esa es su cara trivial, la que el mercado acoge y reviste de toda suerte de envoltorios y subrayados: espejitos gitanos enmarcados en el barroco espontáneo de las conchas y las caracolas, espejos con guardas de pan de oro o de plata labrada, espejos modernistas con cantos de espejo; óvalos o rectángulos, tondo o estrella; exacerbación del espejismo en los juegos de espejos venecianos; espejos como relojes... Pero en medio de esa cara, a través de ella, se abre un abismo insoportable. El espejo es la evidencia misma de lo siniestro que nunca se deja domesticar. Es inhóspito aunque esté a la mano, en la casa, en el bolso. Porque inserta en el corazón mismo de la vida el simulacro más central, el engaño más necesario. En eso es inquietante de una manera definitiva, nunca se apaga su misterio, ni la zozobra que siembra en nosotros. Por eso pasamos fugazmente ante el espejo o, si nos decidimos a mirarnos con tiempo, hay una sensación inevitable de trasgresión, de riesgo. Esta es la otra cara del espejo, al alcance de todas las miradas. Que se recorre, con unas palabras o con otras, en todas las biografías. ¿No hagas burlas al espejo, que se ríe el demonio¿, ese puede servir como lema de la cautela popular ante el señuelo. Algo muy peligroso se siente en la contemplación del agua remansada y vertical. Algo amenazador que, sin embargo, hay que preservar (¡que no se rompa!). No es sólo la mentira, el juego de tomar por verdadero lo radicalmente ajeno, es más: es el poder sencillo con que se ejerce esa ficción. La semejanza que más dista de ser evidente y que acaba implantada en el gozne de cada uno de nosotros cuando nos reconocemos en un espejo, o, como en un espejo, en otras presencias. Hacemos el esfuerzo de salir de la rutina, dejamos que la voz 'espejo' se despoje de figuras concretas, y entonces comienza la reverberación de los azogues (...)