Ser profesor de filosofía en la UCM

  1. Antonio M. López Molina
Revista:
Revista de filosofía

ISSN: 0034-8244 1988-284X

Año de publicación: 2016

Número: 41

Páginas: 247-266

Tipo: Artículo

DOI: 10.5209/RESF.53953 DIALNET GOOGLE SCHOLAR lock_openAcceso abierto editor

Otras publicaciones en: Revista de filosofía

Resumen

Me propongo en este trabajo llevar a cabo una autorreflexión, un autoanálisis acerca de mi dilatada experiencia docente, no desde un punto de vista formal en cuanto a la especificidad del programa y los temas de mis asignaturas, sino acerca de la singularidad de la actividad docente, en la que el compromiso con los estudiantes, con la materia impartida, y con la Institución en la que tengo el privilegio de trabajar, constituyen el motivo fundamental que rige y ordena mi oficio como Profesor. Mi exposición recorrerá diez ítems (1. La clase como creación. 2. Espacio, tiempo y materia. 3. Siempre hay tiempo. Sobre la dificultad de ajustar los contenidos de una asignatura a las 52 horas. 4. La peor clase es la que no se imparte. La peor clase es aquella a la que no se asiste. 5. Las virtudes del Profesor. 6. La letra con sangre entra, con la sangre del profesor. 7. Extensión e intensidad de los contenidos en un curso académico. 8. La recompensa del trabajo bien hecho. 9. Nuestra dignidad consiste en cumplir con los acuerdos. 10. Tutorías, exámenes, evaluación.), cada uno de los cuales trata de mostrar de forma especular un componente ideal del buen Profesor que todos aspiramos ser. En este sentido, este ensayo no consiste en una descripción positivista de la realidad docente, sino que pretende reconstruir una demarcación crítica entre la idealidad a la que todos pretendemos llegar y la realidad empírica que continuamente nos presiona en sentido inverso. La coacción sin coacciones de la ejemplaridad es lo que nos empuja a mantener viva la fe en la apropiación de la naturaleza y el espíritu de ese Profesor ideal.