Fuerza y atención en Simone Weil. Una lectura filosófico-política

  1. del Río Herrmann, Alejandro
Dirigida por:
  1. Emilia Bea Pérez Director/a

Universidad de defensa: Universitat de València

Fecha de defensa: 11 de enero de 2016

Tribunal:
  1. Jesús Ballesteros Llompart Presidente/a
  2. Carmen Revilla Guzmán Secretario/a
  3. Miguel García-Baró López Vocal

Tipo: Tesis

Teseo: 400614 DIALNET lock_openTESEO editor

Resumen

Una lectura filosófico-política del pensamiento de Simone Weil a la luz de las nociones de «fuerza» y «atención» que analiza el sentido específico que estas nociones reciben en la reflexión de la autora y pone de manifiesto la vinculación existente entre ambas. El estudio permite reconstruir el pensamiento de Simone Weil y mostrar su coherencia interna a lo largo de su evolución. Este resultado es relevante por ser el suyo un pensamiento «concreto» que supone una reflexión constantemente alimentada por la experiencia (ya sea esta la del trabajo, la acción política o la mística): una filosofía «exclusivamente en acto y práctica», no un sistema abstracto de ideas que ignora la dimensión encarnada de la verdad. Se muestra cómo la noción de fuerza se va gestando en sus escritos de los años treinta, sobre todo los dedicados al problema de la guerra, la cual se convierte para Simone Weil en la cuestión política fundamental, en la entraña misma de lo político. Alejada, por influencia de su maestro Alain, de una visión constituyente del poder, desvela en este, por el contrario, el mecanismo desestabilizador de la fuerza como una competencia por la supremacía que no conoce límite, como una escalada cuya única —e irracional— razón de ser es el prestigio. En su concepción de la fuerza influyen tanto el análisis de la política de poder y de prestigio del Estado contemporáneo como la decisiva importancia que atribuye a la imaginación en tanto que poderoso resorte de «des-realización», el cual se contagia y afianza en el dominio de lo colectivo o de «lo social» sobre la capacidad de pensamiento y acción de los individuos. El imperio de la fuerza se le revela así no solo como una clave de su (precoz) interpretación de los totalitarismos políticos —que, de manera provocativa para el pensamiento moderno, es acompañada por una «deconstrucción» del sujeto autónomo—, sino como un instrumento de lectura de la historia de Occidente en cuanto despliegue de la fuerza. A pesar de los riesgos de tipo historiográfico y conceptual en los que puede incurrir semejante visión, hay que destacar su empeño en abrir la perspectiva de una «contra-historia» que se haga cargo de la «memoria de los oprimidos». En particular, es notable la ruptura de nuestra autora con cualquier ideología del progreso histórico, el cual no es, a sus ojos, más que una proyección de la fuerza. En este mismo sentido, es crucial para la formación de su pensamiento maduro su crítica de la idea de revolución, que acabará viendo como una máscara más de la fuerza. El impassse del movimiento revolucionario en los años treinta, atrapado en el nudo de la guerra (como mostraría de forma eminente la experiencia de la guerra civil española) y sometido a la política de poder del Estado soviético, exacerba el pesimismo histórico de Simone Weil, que hasta poco antes de la declaración de guerra contra Alemania se aferra, no obstante, al pacifismo como última y desesperada tabla de salvación de la lucha de la clase obrera internacional. En la lectura de los griegos, y en su concepción del «espíritu de Grecia», encuentra sin embargo Simone Weil una inspiración que desmiente el imperio de la fuerza, y que ella identifica con la verdad del cristianismo: el conocimiento de la desgracia, de la «miseria del hombre sin Dios», sometido a la ciega necesidad que rige el mundo. El consentimiento a la necesidad se convierte, para ella, en la clave de una lectura transformante de la fuerza, que no puede significar su supresión (pues la fuerza es la sustancia misma del tejido social e histórico de la vida humana), pero sí una encarnadura distinta en el trato del individuo con el mundo y en su coexistencia con los demás hombres que implique una limitación de la fuerza. La cuestión de cómo resistir a la fuerza de un modo eficaz que no caiga en su contagio se convierte así en el motor principal de su compromiso político a partir de 1940, que buscará realizarse en acciones concretas en la guerra contra el nazismo. La noción de atención ha permitido articular el pensamiento de Simone Weil en su conjunto teniendo como guía este motivo de la resistencia a la fuerza. Surgida en el contexto del estudio de la percepción, la atención resume para nuestra autora el sentido de la relación con lo real, de una experiencia de vigilia que no queda encerrada en el ensueño de la fuerza. La atención es central en la concepción weiliana del trabajo como mediación en el mundo material. Asimismo, la acción justa es entendida por Weil como atención creadora que acepta la existencia del otro. La difícil «salida de sí» que representa la atención —pues supone vencer la fuerza centrípeta del yo y de lo social— es para nuestra filósofa orientación hacia el Bien imposible. Es así como la «metafísica religiosa» de Simone Weil adquiere trascendencia política al situar la relación con el Bien, a través de la eficacia infinitamente pequeña de la atención, en el centro de la Ciudad. En el pensamiento último de Simone Weil se conjugan de este modo los «dos grandes ejes biográficos y teóricos» que estructuran su experiencia: «la vida política y la religión» , «mística» y «política». Se propone llamar a esta articulación una «política de la atención», que supondría una reorientación del campo simbólico que sustenta la comunidad humana. En este contexto, el Estado y sus instituciones solo pueden tener cierta legitimidad en la medida en que, según Weil, no sean ajenos a la «Cruz», es decir, a la verdad de la desgracia del hombre. Esta sería la mínima, pero decisiva, inspiración que haría del poder político un «poder espiritual». Justamente lo contrario de un «poder religioso» que confundiría lo social con lo sagrado, como muestra la historia del Estado moderno. La resistencia contra los poderes, con la que se inicia la actividad política de la discípula de Alain, se transmuta así, a través de la vía mística, en la paradoja de un poder que se ejercería «decreativamente», como constante crítica del poder desde la atención al Bien.