Catar: un año de bloqueo

  1. Ignacio Álvarez-Ossorio
Revista:
Política exterior

ISSN: 0213-6856

Año de publicación: 2018

Volumen: 32

Número: 185

Páginas: 114-120

Tipo: Artículo

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Resumen

El cuarteto árabe no ha logrado modificar el liderazgo regional ni la política exterior de Catar, que se ha adaptado a la nueva situación tejiendo complicidades con actores claves en Oriente Próximo, principalmente Irán y Turquía. El 5 de junio de 2017, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Egipto y Bahréin decidieron imponer un bloqueo terrestre, marítimo y aéreo al emirato de Catar. En la larga lista de agravios que hicieron pública para justificar tan enérgica medida figuraban, en lugar destacado, las supuestas injerencias cataríes en los asuntos de sus vecinos, el respaldo a los Hermanos Musulmanes, la buena relación con Irán, el controvertido papel de Al Jazeera o la financiación de grupos yihadistas. Los cuatro vecinos árabes presentaban una enmienda a la política exterior catarí erigida, a partir de 1995, por el emir Hamad bin Khalifa al Thani y que, tras su abdicación en 2013, fue mantenida por su hijo Tamim bin Hamad al Thani. La decisión de esos cuatro países formaba parte de la hoja de ruta trazada por los príncipes herederos de Arabia y EAU –Mohamed bin Salman y Mohamed bin Zayed, respectivamente– para rediseñar el golfo Pérsico y hacer frente a dos graves desafíos que amenazaban su posición. De una parte, la primavera árabe, que con sus vientos de cambio y reforma había alcanzado a Bahréin y Yemen; de otra, el aumento del peso regional de Irán, que había logrado establecer un arco chií, desde Teherán a Beirut pasando por Bagdad y Damasco. Catar ha conseguido salir airoso tras 15 meses de bloqueo, aunque pagando un elevado precio por su arriesgada apuesta de emanciparse de la tutela saudí y plantear una política exterior independiente a pesar de su reducido tamaño. En este tiempo, ha evidenciado una notable capacidad de resistencia gracias a su riqueza gasística (segundo exportador mundial de gas natural), su política de alianzas (en particular con Estados Unidos) y sus marcados vínculos internacionales. Un rumbo propio El hecho de que su subsuelo albergue las terceras mayores reservas de gas mundiales ha permitido a Catar, que cuenta con una población de 2.700.000 habitantes (de los que tan solo una décima parte dispone de nacionalidad catarí), asumir una ambiciosa agenda destinada a proyectar su imagen internacional. No en vano, es el país con mayor renta per cápita del mundo (130.000 dólares anuales en 2017) y el primero del mundo árabe en el Índice de Desarrollo Humano del PNUD (ocupa el puesto 33 de los 188 evaluados). Al Jazeera se ha convertido en un elemento clave en esta estrategia de proyección internacional basada en el empleo del “poder blando”. Fundado en 1996, este canal de televisión se convirtió en poco tiempo en el más visto entre los ciudadanos árabes, lo que proporcionó a Catar una considerable popularidad que supo traducir en influencia política. Su apoyo a los Hermanos Musulmanes, organización que cuenta con un importante predicamento en Egipto y otros países de Oriente Próximo, le permitió ampliar su radio de acción. No debe pasarse por alto que estos vínculos no son nuevos, ya que el país acogió en 1961 al predicador Yusuf al Qaradawi y a otros destacados dirigentes de la Hermandad, que tuvieron un papel destacado en la puesta en marcha de las instituciones educativas cataríes; todo ello pese a que el país sigue la escuela hanbalí y profesa el wahabismo. Asimismo, Catar ofreció su mediación en diversos conflictos enquistados de la región, como Yemen, Líbano, Darfur, Sudán, Eritrea, Afganistán o Palestina, lo que acrecentó su prestigio internacional. Todos estos movimientos llevaron a Catar a adquirir un peso desproporcionado en relación a su tamaño y, además, despertaron la susceptibilidad de Arabia Saudí, que interpretó el súbito ascenso de su vecino como una amenaza a su tradicional liderazgo regional. No debe pasarse por alto la vulnerabilidad de Catar, agravada por el hecho de que el emirato tiene como vecinos a Arabia Saudí e Irán, los dos gigantes regionales que mantienen una ancestral rivalidad por el dominio del Golfo. Para blindarse ante eventuales amenazas a su integridad territorial, Catar ha puesto en marcha una política de alianzas regionales e internacionales que, a menudo, han sido tachadas como contra natura. El ejemplo más evidente es su intento por mantener estrechas relaciones con países situados en sus antípodas, como EEUU (cuya principal base aérea en Oriente Próximo, Al Udeid, se encuentra a 20 kilómetros de Doha y alberga el centro de operaciones del Mando Central de EEUU, Centcom, donde están destinados 10.000 efectivos estadounidenses). Igual de llamativa resulta su relación con Irán, con quien comparte la mayor bolsa de gas licuado del mundo, lo que le obliga a mantener unas relaciones de buena vecindad a pesar de las notables discrepancias en torno al futuro de Siria…