La crítica de Deleuze al psicoanálisisel proyecto de un deseo políticamente constituyente

  1. Castellanos Rodríguez, Belén
Dirigida por:
  1. Teresa Oñate Zubía Directora

Universidad de defensa: UNED. Universidad Nacional de Educación a Distancia

Fecha de defensa: 09 de diciembre de 2011

Tribunal:
  1. Francisco José Martínez Martínez Presidente
  2. María del Carmen López Sáenz Secretario/a
  3. Román Reyes Sánchez Vocal
  4. José María Zamora Calvo Vocal
  5. Antonio Pérez Quintana Vocal

Tipo: Tesis

Resumen

Mi presente tesis, La crítica de Deleuze al psicoanálisis: el proyecto de un deseo políticamente constituyente, parte de una investigación de la obra deleuzeana, abordada desde el interés filosófico por el psicoanálisis. Así, presento a Deleuze como receptor, interlocutor y crítico del pensamiento freudiano y, consecuentemente, como filósofo del Inconsciente y del deseo. Sin embargo, a diferencia de otros abordajes filosóficos en torno a los descubrimientos psicoanalíticos, que se desarrollan en el ámbito de la filosofía moral, éste pretende configurarse como estudio principalmente ontológico que no fuera para la política sino un preámbulo que permitiera deshacernos del prejuicio presentista y así, poder pensar las condiciones de posibilidad de una verdadera revolución. Nuestra empresa central consiste en poner de relieve la crítica de Deleuze al esencialismo arquetípico en el que cayera Freud, aún sin quererlo y en reproponer el Inconsciente como primer principio ontológico puro, es decir, libre de culturalismos y de significaciones simbólicas y previo respecto de cualquiera de los sentidos perecederos con los que los distintos discursos ideológicos cargan el Ser, el Pensar o la Razón. La perversión del platonismo en el seno del psicoanálisis consiste en denunciar la dialéctica teleológica que desvirtúa la diferencia ontológica. La diferencia ontológica exige evitar la confusión entre el Ser y lo ente, exige liberar al arjé de toda determinación o cualificación que impidiera la coexistencia de los opuestos y la aparición de lo nuevo y de lo diverso sin que el universo perdiera su consistencia y su unidad. Platón ontificaba al Ser convirtiéndolo en un conjunto de arquetipos ideales, de tal modo que el Bien ontológico pasaba a ser el blindaje de su orden en lugar de presentarse como la condición de posibilidad de la composición y descomposición de los diversos órdenes pensables. Freud también operaba una hipóstasis simbólica sobre el Inconsciente, con Edipo como principio rector, que impedía comprenderlo como el sinsentido del que surgen y al que vuelven todos los sentidos finitos. El Inconsciente de Deleuze supone una reapropiación del logos de Heráclito, como pensamiento sin sujeto que expresa, más que el orden, el desorden de la Naturaleza o su inagotable virtualidad. El Inconsciente, como el ápeiron, no se manifiesta de forma pura, sino que lo ¿rozamos¿ en cada operación deconstructiva que nos devuelve al punto cero, a partir del cual podemos inventar nuevos modos de reunir a los opuestos. El Inconsciente nos atraviesa como eterno ¿discurso¿ de la Naturaleza, no constreñida por moral alguna porque tal plano le es ajeno, como indicaba Spinoza. El orden social o el sentido de la vida humana necesita ser reinventado a cada paso y ello solo se hace posible desde un horizonte de experimentación, que Deleuze denomina Inconsciente, y que posibilita la vida en lugar de hipotecarla con estructuras y fines preestablecidos. Criticar el carácter culturalista del inconsciente psicoanalítico es eliminar las derivaciones moralistas de la Idea de Bien platónica, afirmando que no hay ni Edipo ni Falo ni orden moral alguno que no sea producido y rebasable. El Inconsciente deleuzeano posibilita el acontecimiento y la construcción de órdenes políticos no anticipados, y permite escapar al pesimismo instalado por la imagen inmovilista de la sociedad que fija el malestar como principal afecto del individuo inmerso en su comunidad. Esta tesis, es la apuesta por una filosofía fiel a la diferencia ontológica, que se encargue de desnaturalizar la moral y de desencializar el proyecto político. Para ello, se centra en concebir el deseo como producción de perspectivas. Este deseo no se vincula a lo presente del presentismo: no es un deseo conservador ni rebelde; no está estructurado por la prohibición ni por el permiso. Este deseo sabe olvidar y empezar: es políticamente constituyente por ser estéticamente creativo