Arte y sociedad en el Valladolid del siglo XVIescenario cortesano

  1. Pascual Molina, Jesús Félix
Dirigida por:
  1. Miguel Ángel Zalama Rodríguez Director/a

Universidad de defensa: Universidad de Valladolid

Fecha de defensa: 18 de febrero de 2011

Tribunal:
  1. Salvador Andrés Ordax Presidente/a
  2. María José Redondo Cantera Secretario/a
  3. M. Carmen Morte García Vocal
  4. Alfredo José Morales Martínez Vocal
  5. Fernando Checa Cremades Vocal

Tipo: Tesis

Teseo: 301549 DIALNET

Resumen

La sociedad cortesana del siglo XVI vivía inmersa en la magnificencia, el lujo y el boato, construyendo una imagen de sí misma donde lujo y poder eran aspectos unificados. La nobleza y las élites urbanas de la primera mitad del siglo, vivían en una constante carrera de superación, fundamentada en el ascenso social, para sí mismos y para los suyos. Para lograrlo, estar cerca del monarca, llamar su atención y agradarle, se convierten en recursos fundamentales que, al mismo tiempo, servían para mantener en pie el entramado social y político del momento, basado en complejas relaciones de poder. Se puede hablar de una puesta en escena donde, teniendo a la ciudad como escenario principal, todo aparece relacionado en aras de un objetivo: representar la organización del poder. Esa ciudad-escenario, con sus calles, plazas y templos, se ve transformada en un mundo utópico durante la fiesta cortesana, gracias a las arquitecturas efímeras y a las decoraciones realizadas a tal efecto. Así sucede, especialmente, durante los solemnes recibimientos, cuando las calles se transforman en una suerte de vía triunfal, y el público aclama al soberano, reconociendo su poder. La vinculación con el mundo clásico es clara, e incluso se erigen arcos triunfales, cargados de decoraciones alegóricas, alusivas a las virtudes del rey, cuyo mensaje pocas veces entendería el vulgo, que sin embargo captaba a la perfección el mensaje que, icónicamente, lanzaban estas puestas en escena: no podrían leer los textos en latín o entender lo que representaban las alegorías, pero la visión de un soberano, ricamente vestido, a lomos de un brioso corcel, acompañado de su guardia, era algo que impactaba a cualquiera. No sólo se transformaban los espacios públicos. Lo mismo ocurría en el interior de iglesias y palacios, donde un elemento como el tapiz, era capaz de convertir un sencillo espacio en un riquísimo lugar, dotándolo además de un profundo significado de poder. Y en ese decorado, se mueven unos actores engalanados para la ocasión con costosísimos trajes y suntuosos adornos. No importa si después, en privado, la situación económica era cercana a la quiebra. En público, exhibirse como noble, era fundamental. El momento en el que la representación se torna más fantástica, sin duda, era durante los festejos caballerescos, cuando vistiendo fantásticas armaduras, acompañados de invenciones, músicos y espectáculos pirotécnicos, los caballeros se mostraban en público haciendo alarde de su riqueza y poder, apropiándose de la imagen de los protagonistas de las novelas de caballería y de los héroes del mundo clásico. A medida que avanzó el siglo, lo de menos era el manejo de las armas: lo importante era mostrarse en público, con el mayor boato posible. El papel del arte, lejos de ser considerado secundario, era fundamental. Pero no como hoy lo entendemos, sino más vinculado a los aspectos decorativos y ornamentales, destinados a generar el impacto visual que se espera de la imagen del poder. La mayor parte de artífices al servicio de la Corona, como ocurre con los pintores, fueron artistas dedicados a estas labores, de ahí que les hayamos calificado de "pintores decoradores", por más que hoy nos empeñemos en ver en algunos de ellos a pintores de caballete de reconocido prestigio. Asimismo, muchos nombres que hoy resultan totalmente desconocidos, jugaron un papel importantísimo en las labores de decoración de las ceremonias cortesanas, cobrando además grandes sumas por su trabajo. Junto a carpinteros, bordadores, así como a los intelectuales que desarrollaban el trasfondo ideológico de las ceremonias, formaban un equipo encargado de poner en marcha la escenografía del poder. Lo mismo ocurre en el ámbito privado. Lejos de un interés generalizado por, por ejemplo, la pintura, donde pudieran entrar en juego puntos de vista de tipo estético, lo que se tiene lugar es una apreciación del arte como elemento trascendental para crear una apariencia y transmitir una imagen de poder. Así, fundamentalmente, lo que se aprecia es el valor material de los objetos -oro, plata, piedras preciosas-, al tiempo que su capacidad de transmisión de los valores de lujo y poder. Mientras en los inventarios del momento, desde la nobleza y los comerciantes hasta la mismísima Corona, no llama la atención la presencia de la pintura; cuando tapices, joyas y armaduras, no son sólo omnipresentes, sino que acaparan el interés del propietario y, en muchas ocasiones, su fortuna, pues se trataba de objetos muy costosos. Valladolid, durante los años de estancia de la Corte, casi continuada a lo largo de la primera mitad del siglo XVI, es un ejemplo perfecto para estudiar estas cuestiones. Microcosmos, "mundo abreviado" como se ha denominado a la villa, ésta sirve de escenario a la sociedad cortesana y ejemplifica las relaciones de poder y el concepto de éste en relación con el lujo y el arte, que dominaron el siglo XVI.