¿Podréis quitarme todo, menos el miedo...! El humor y su(s) sentido(s) en el acto de la comunicación
ISSN: 1577-2721
Año de publicación: 2004
Título del ejemplar: Sentido del humor
Número: 13
Páginas: 94-108
Tipo: Artículo
Otras publicaciones en: Exit: imagen y cultura
Resumen
Y qué demonios es el humor?, se preguntaba, con la mejor de las paradojas fraseológicas, el mismísimo Dios desde una viñeta de Máximo (El País, 27-5-1990). Quizá ¿ni Dios lo sabe¿, pero seguramente casi todos intuimos cómo se manifiesta y hasta nos atrevemos a dar una respuesta -humana- que nos parece buena por aproximación: el divino Dios todopoderoso tiene sentido del humor, y lo muestra revelándonos su ignorancia y apelando precisamente a su más peligroso enemigo, ese que quiere ser como él y anda tentando, fastidiando y engañando a todo el mundo. Los diccionarios lo dirían (lo dicen) de otra manera, sin duda, pero así es seguramente como mejor lo entendemos los limitados seres humanos: con ejemplos. No lo hemos detectado, el sentido del humor, en los animales -quizá porque aún no los comprendemos lo suficiente-, y eso nos hace sentirnos superiores: los únicos seres inteligentes y conscientes además de serlo de toda la creación. Para nosotros, la curiosidad intelectual, el deseo de comprender se derivan, si creemos a Arthur Koestler, de una necesidad tan básica como el hambre o el sexo: el impulso exploratorio. Y el sentido del humor -ese sentido (común) que todos tenemos, más o menos desarrollado, por el cual somos capaces de relativizar las cosas (o al menos ciertas cosas) y ¿distanciarnos¿ de ellas- es, sin duda, integrante esencial (o quizá resultado) de nuestro deseo de comprender y conocer, de nuestro impulso exploratorio. Instalados (inevitablemente) en el flujo incesante de la vida, en las rutinas estereotipadas del pensamiento y de la acción, nos servimos del humor -y del arte- como instrumento/s que nos permite/n acceder a experiencias y conocimientos que de otra manera no alcanzaríamos, revelar realidades (o aspectos de la realidad) que de otro modo no percibiríamos. Así, por ejemplo, quienquiera que definió ¿matrimonio¿ como ¿Dícese de la principal causa de divorcio¿ no hizo sino incluir en el molde de la definición un rasgo no usual y aparentemente irrelevante en ella, desplazar hacia él su atención y la del destinatario e iluminar un aspecto antes ignorado, aspecto que nos revela de forma inesperada una-otra verdad. El sentido del humor actúa, así, como una particular disposición de ánimo o, más sencillamente, como una actitud peculiar ante la vida, ésa que hizo exclamar al dramaturgo Pedro Muñoz Seca -cargado de razón, sin duda- en su fusilamiento: ¡Podréis quitarme todo, menos el miedo...! Este peculiar ¿sentido¿, que seguramente es -como capacidad humana- universal, se experimenta como una vivencia personal e intransferible y puede, como la sensibilidad artística, mejorar con un buen entrenamiento. Nos permite además disfrutar en un grado mayor o menor, según lo desarrollado que lo tengamos, de esa ¿relativización¿ propia o ajena. Y de él depende en gran medida nuestra reacción ante los estímulos externos y ante las personas. Gracias a él, todos somos -o podemos ser- unas veces creadores, otras simples usuarios o ¿disfrutadores¿ de humor. El chaval que, preguntado en su examen de Física sobre el principio de Arquímedes, dio esta ejemplar respuesta: Arquímedes se metió en la bañera, salió y vio que era un principio, se conformaba seguramente con no dejar en blanco esa parte de la prueba y en absoluto pretendía resultar cómico, lo cual no resta un ápice a nuestro derecho a percibir (y disfrutar) en la simpleza de su respuesta aspectos convencionalmente excluidos de la información-examen: la gran inocencia del muchacho, la grandeza de la pequeña cotidianidad en los descubrimientos científicos, la poca adecuación al contexto en que todo esto aparece. Se ha dicho muchas veces, con razón, que el humor no resulta necesariamente en comicidad, en risa o sonrisa. Y es que una vez activado el sentido del humor ¿creativo¿, éste puede aparecer, en función de la actitud comunicativa adoptada, con muy diversas expresiones y finalidades. Así, podemos hablar de un humor positivo, incluso optimista, que resulta de una buena disposición de ánimo (ante las cosas, para con los demás), como el que muestra el joven conquistador cuando le pregunta a la chica de sus deseos: ¿Crees en el amor a primera vista, o tengo que volver a pasar delante de ti?; o el que -quizá sin proponérselo- manifiesta el marido ante las quejas de su esposa: -Manolo, que parece que quieres al perro más que a mí... -Que no, tonta, que os quiero igual... Podemos hablar de un humor sin alegría interior, negativo, pesimista, ¿crítico¿, que puede ser mordaz (¿que ataca moralmente con aguda o ingeniosa malignidad¿, define el Diccionario del español actual), como el que aparece en la letra de este pasodoble carnavalesco: Vivir, busca la forma de vivir / tan libre como el gorrión. / Luchar, nunca te canses de luchar / por tu proyecto, tu ilusión. / Seguir, aunque las cartas de la vida / te vengan un poco malas. / El mundo es de los valientes, / de los cobardes no se ha escrito nada. / Lánzate a todo y emigra si es necesario. / Yo haría lo mismo si no fuera que... / soy funcionario (Los Sibaritas, chirigota callejera, Cádiz 2003); irónico, sarcástico, grotesco, desconsiderado, despiadado, cruel..., agresivo, en suma, para el otro, al que convierte, en alguna medida, en ¿víctima¿. Y podemos hablar de un humor lúdico, seguramente intrascendente, que procura por sí mismo, con su sola presencia, el goce gratuito de quienes lo utilizan o disfrutan; en su mayor parte, los chistes que llenan nuestra vida pertenecen a esta categoría: Van un padre y un hijo por la calle, y el niño... ve un charco, se mira y... se ve reflejado... Y dice: -¡Papá, hay un niño en el charco! Y el padre va, y mira, y dice: -Pero hombre, pero si tendrá mi edad... Si el disfrute del humor parece un derecho individual, íntimo e inalienable, que contribuye a que nos sintamos especiales y libres, su uso activo se inscribe en el terreno de la comunicación y está, por ello, sometido a reglas sociales. El humor que hemos llamado positivo suele tener lugar entre iguales, como ocurre en los dos ejemplos que hemos visto (el conquistador con la chica, los cónyuges); aparentemente, todos podemos permitirnos el que hemos llamado humor lúdico, aunque en ciertos contextos no sea adecuado recurrir a él; en cambio, para medirnos con el poderoso o hacer frente a lo inevitable recurrimos, además de al humor lúdico más o menos resignado, al ingenio mordaz o, a lo sumo, a la ironía; el humor que hemos llamado ¿agresivo¿ (sarcástico, grotesco, despiadado...) se reserva únicamente a quienes se sienten a sí mismos (o se colocan) en una posición de superioridad o de poder respecto del otro (el agredido). La palabra oral o escrita es, evidentemente -como afirma Andrés Vázquez de Prada-, el mejor vehículo del humor. La expresión artística, y en especial la arquitectura y la música, tiene un margen más estrecho de comunicación humorística. La palabra, la idea, se comprende; en cambio la arquitectura, tan fuertemente condicionada por su carácter práctico vital, no da lugar probablemente a ningún otro tipo de consideración; y la música es el arte del significante sin significado, la música se percibe. Pero si Koestler tiene razón al considerar que la fórmula de validez subyacente a todas las formas de humor y agudeza consiste en ¿la percepción de una situación en dos marcos de referencia (o contextos asociativos) al mismo tiempo, ambos consistentes por sí mismos, pero mutuamente incompatibles¿, no podremos negar tal categoría a la palabra (en sus diversas manifestaciones), pero tampoco al dibujo, la talla, la fotografía...