Democraciala utópica falacia del gobierno del pueblo. El devenir de su historia hasta el siglo xviii

  1. MORENO GARCÍA, SINFORIANO
Dirigida por:
  1. Gerardo López Sastre Director/a
  2. José Javier Benéitez Prudencio Codirector/a

Universidad de defensa: Universidad de Castilla-La Mancha

Fecha de defensa: 26 de junio de 2021

Tribunal:
  1. Teresa Oñate Zubía Presidenta
  2. Julian Carvajal Cordón Secretario/a
  3. María Luisa Sánchez-Mejía Rodríguez Vocal

Tipo: Tesis

Resumen

“Democracia: La utópica falacia del gobierno del pueblo. El devenir de su historia hasta el siglo XVIII” No es una mera ocurrencia, ni nos ha movido deseo alguno de originalidad la opción elegida para titular esta Tesis. Su formulación la forjamos bien avanzada ya nuestra labor de investigación, tras ir descartando la primigenia opción que nos motivaba (“Democracia directa, democracia participativa y democracia re-presentativa.- Encuentros y desencuentros de sus teorías en el Estado moderno”) y cada una de las tres variantes que barajamos luego como alternativa (“La democracia: ¿Una realidad práctica, una teoría por concluir o un ideal por conseguir?”), al no poder documentar una definición de la democracia común, y mayoritariamente aceptada, que pudiera avalar nuestro trabajo. Reconducimos nuestras indagaciones adoptando como premisa la posible acepción, “poder o gobierno del pueblo”, para el término democracia. De esta manera, pretendíamos superar posibles dificultades en la identificación del suje-to que, en un sistema político como el de la democracia, ostenta, mejor dicho, debe ostentar el poder de decisión: el pueblo. Algo más complejo habría de ser ver y constatar, objetivamente, si es éste quien realmente lo ejerce, si es el pueblo el que actúa e impone su voluntad en las decisiones gubernamentales. En definitiva, si es el conjunto de ciudadanos dotado con capacidad de voto, el pueblo, quien, sin manipulaciones interesadas, decide y ejerce libremente el poder de gobierno. Difícil y complicado se nos presentaba este cometido, por lo que decidimos afrontarlo bajo planteamientos que, sí no de forma directa, al menos de manera indirecta, debieran proporcionarnos ayuda suficiente en la búsqueda de posibles respuestas. Así, hemos podido constatar que fue en la antigua Grecia, y de manera más significativa en la Ciudad Estado de Atenas, donde, como en ningún otro sitio y momento, el pueblo, como tal, ha podido ejercer el poder de gobierno. Convocado en asamblea, y previo debate público de los asuntos a tratar, podía exponer y validar directamente su decisión sobre la resolución de los mismos, situación a la que se llegó tras un largo proceso que buscaba implicar al pueblo en las instituciones públicas. Tras un largo paréntesis tras el declive de la democracia en Grecia, entramos en la etapa que llamamos del “resurgir de la democracia”. Una etapa en la que el núcleo esencial de la democracia también va a estar situado en torno al pueblo, pero con una notable diferencia. Al pueblo ya no se le convoca a participar di-rectamente en una Asamblea decisoria, ahora se le convoca a participar en unas elecciones para elegir quienes van a ser sus representantes para que, en su nombre, decidan sobre los asuntos públicos. El principio representativo tiene un origen feudal, y fue en Inglaterra donde más claramente arraigó en una vertiente estamental y corporativa, configurándose en un Parlamento con representación territorial cuya misión principal era la de contrarrestar el poder soberano del rey. Su evolución hasta la fundamentación democrática que se fraguó en la Revolución francesa, tuvo sus ancestros en la Inglaterra medieval y, su progreso, se vería reflejado en las Asambleas de las colonias norteamericanas. Una cultura política que arraigó en quienes habitaban en aquellos territorios impregnada en el espíritu de muchos de los emigrantes ingleses. En confluencia temporal con el movimiento revolucionario y la independencia de los Estados Unidos de Norteamérica, vinieron a suceder los hechos de la Revolución francesa. Desde la experiencia del funcionamiento de las instituciones en la Francia revolucionaria, hemos centrado nuestro esfuerzo en ahondar en el ejercicio de sus prácticas. Ha sido nuestra intención tratar de constatar si los defectos y objeciones que apuntábamos en el funcionamiento de la Asamblea en la polis ateniense, en las que el pueblo participaba directamente, pudieran haberse dado y ser concurrentes con las prácticas de la actividad del Parlamento revolucionario francés, en la que habremos de dar por supuesto la participación del pueblo, pero, en esta ocasión, interviniendo indirectamente por medio de unos representantes, y que, en consecuencia, pudieran incidir en ambos casos las mismas repercusiones y, por tanto, pudiera ser aplicable un común resultado en la misma manera y consideración. Desde la experiencia que nos aporta nuestra dedicación a este trabajo, dos son las cuestiones que, entendemos, han de cuidarse en un régimen político como el de la democracia para que, su praxis, se pueda manifestar en toda su perfección, cuestiones que, según el resultado de nuestras indagaciones, no se han llevado debidamente a la práctica. Por un lado está, la adecuada educación cívica de la ciudadanía para que, en su actividad política, el intelecto de la persona alcance a despejar posibles injerencias interesadas en manipular su espíritu reflexivo y pueda ser capaz de discernir, libremente y por su propia voluntad, buscando siempre en sus decisiones el bien común. Por otro, respetar siempre, sin evasivas ni excusas, la observancia de transparencia y veracidad en la información que, puntualmente, deben facilitar los poderes públicos, bien para que su gestión pueda ser debidamente fiscalizada por quien tiene derecho a ello al ostentar la soberanía: el pueblo; bien para cuando éste deba decidir y expresar su opinión sobre los asuntos que, como titular de la misma, le conciernen en la actividad política.