La autonomía como foco de detección de patologías sociales

  1. Fleitas González, Martín
Dirigida por:
  1. Antonio Gómez Ramos Director/a

Universidad de defensa: Universidad Carlos III de Madrid

Fecha de defensa: 21 de marzo de 2018

Tribunal:
  1. Carlos Thiebaut Luis Andre Presidente/a
  2. Nuria Sánchez Madrid Secretaria
  3. Miriam Mesquita Sampaio de Madureira Vocal

Tipo: Tesis

Resumen

La tesis aborda el tópico de las patologías sociales (originalmente esbozado por la tradición heredera del pensamiento del hegelianismo de izquierda) con el fin de actualizar sus coordenadas más distintivas y emplearlas en el análisis de fenómenos sociales modernos tales como la aceleración social. La investigación doctoral se propone reformular la idea de patología social en base al estudio de las consecuencias perversas que ha generado, desde la modernidad, la promesa social de libertad a través de la aceleración social. Y en virtud de ello, la propuesta supone dejar atrás gran parte de la tradición del hegelianismo de izquierda que ha dado a luz a las intuiciones más básicas de la reificación, alienación, fetichización, y demás patologías sociales. Parece acertado afirmar que la idea tradicional de patología social que se encuentra completamente henchida de la jerga del hegelianismo de izquierda no abriga mayor valor filosófico ni sociológico en nuestros días. Esto podría ser simplemente un rostro más del deterioro global del pensamiento de izquierda, pero lo cierto es que la alienación, fetichización, reificación e ideologías que describen y critican los herederos de esta tradición pueden explicarse sin mayores dificultades a través de los léxicos del poder y de la dominación que asumen los distinguidos enfoques de la Escuela de la regulación, teoría de la estructuración, sociología reflexiva, o postestructuralismo, entre otros. Son ciertos cambios epistémicos y discursivos dentro de la filosofía y ciencia social los que han llevado a la crisis a gran parte del marxismo estructuralista y funcionalista, mientras fortalecían otras vertientes más delgadas teoréticamente, pero más responsables empíricamente. Si no se respetan estos estándares de discusión, aquellas posturas que responsabilizan al capital de producir mano de obra barata, consumismo, corrupción, explotación, y deterioro de las condiciones de vida buena que se encuentran presuntamente disponibles, corren el riesgo de formar parte de la propaganda, y por tanto, de la “ideología”, o de jergas refractarias al diálogo, y a la práctica misma de las ciencias sociales. Sin embargo, existen fenómenos sociales que no pueden calibrarse completamente dentro de los léxicos del poder y de la dominación: algunas dinámicas sociales no pueden explicarse e intervenirse en base al estudio de las posiciones o adquisiciones ventajosas y desventajosas que los actores protagonizan diariamente, puesto que exigen, de un modo intuitivo, la implementación de nociones tales como alienación y reificación a pesar de sus defectos. Y este es, precisamente, el caso de la aceleración social. Muchos han constatado el incremento del número de actividades y experiencias que los agentes sociales realizan diariamente durante los últimos cuatro siglos: la cinta y el telar mecánico posibilitaron la producción de plusvalor, el ferrocarril aumentó la velocidad de las comunicaciones y escindió con ello el espacio del tiempo para otorgarle paulatinamente la supremacía a este último, el reloj pasó a ocupar un lugar determinante dentro de la organización social, y el incremento de todas estas velocidades obligó a los individuos a demandar mayor innovación técnica para poder soportar las exigencias de coordinación y sincronización social. Este fenómeno trasciende el alcance de los célebres consejos que Séneca ofreció hace dos mil años para alcanzar el buen vivir a pesar de la brevedad de la vida: el poder y la autorrealización se mezclan para conformar un espiral de aceleración que se mantiene constante desde hace dos siglos, y que lejos de constituir una entidad autopoiética representa la nueva jaula de hierro que los agentes han ido tejiendo generación tras generación sin tener plena conciencia de ello. Pero algo peculiar de este fenómeno es que, a pesar de ser estudiado con cada vez mayor precisión, promueve un gran desconcierto normativo, puesto que a todas luces parece ser nociva y perversa, aunque luego sea sumamente dificultosa la tarea de justificar nuestro juicio en base a criterios consistentes que sean social e históricamente sensibles. Es, al decir de Hartmut Rosa, un “silencio normativo” lo que predomina en las investigaciones sociológicas; pero es este un silencio producido por la saturación de voces que no son capaces de trascenderse entre sí, y no por su ausencia. Prevalece la intuición de que la aceleración moderna constituye una patología social tan evidente como lo fue la alienación y reificación dentro de la era del capitalismo industrial y sus concomitantes totalitarismos. Pero los juicios de valor que los críticos sociales han presentado a lo largo de los últimos 30 años son tan pobres que terminan por oscilar entre los extremos del conservadurismo y el optimismo: los primeros alegan que la aceleración social mina los procesos de maduración individual, de diseño e implementación de políticas, y pauperiza la cultura, tradiciones y horizontes de valor, mientras los segundos realzan las transformaciones cognitivas y sociales que la aceleración habría desencadenado dentro de la producción, interacción social, innovación, y cultura. No se especifican ni justifican los criterios que soportan sus juicios, lo que promueve la proliferación de posicionamientos ensimismados, reacios al diálogo, y a la corroboración empírica. Hay quienes observan que incluso estas polarizaciones son el resultado de la aceleración misma, en la medida en que esta habría comprimido el pasado y el futuro en un “amplio presente” que es cada más difícil de trascender: cuando el vértigo obliga a los agentes sociales a orientarse por la instantaneidad de las actividades y experiencias, las perspectivas temporales de todos los juicios de valor quedan inhibidas, se vuelven inocuas, y quedan impedidas de todo acto de trascendencia. De manera que este fenómeno, a veces denominado “condición posmoderna”, otras “tardomoderna”, no distingue agentes sociales mejor o peor posicionados sino para incrementar o disminuir su intensidad: la condición tardomoderna confina con mayor vehemencia a los agentes más aventajados dadas sus mayores posibilidades de perseguir la autorrealización y de obtener posiciones sociales beneficiosas, y pone de relieve el resto fenoménico que dejan sin describir y explicar los léxicos del poder y de la dominación. La aceleración social, en consecuencia, parece ser lo suficientemente real como para obligarnos a considerar la posibilidad de rehabilitar algunas intuiciones de la noción de patología social. Pero el estado de la discusión marxista confirma que tales coordenadas no pueden ser incorporadas al análisis social sin antes padecer sendas revisiones teoréticas. La investigación doctoral defiende la tesis de que las patologías sociales pueden satisfacer los actuales estándares discursivos y epistémicos si se las reformula en términos de consecuencias perversas de la promesa de libertad. La necesidad de esta reformulación nace de la constatación de que, fuera de la jerga de la izquierda hegeliana, no es convincente la tesis de que las patologías sociales son enfermedades de una totalidad social orgánica, puesto que en lugar de demostrar la realidad de aquella totalidad se la presupone, y se la usa como trampolín para buscar en el mundo las evidencias de sus malos funcionamientos y caer así en peticiones de principio. Ni la conjetura de las racionalidades descontroladas, ni la convicción de que existen problemáticos miembros hipertrofiados de un presunto “cuerpo social”, ni la creencia de que subyacen lógicas transhistóricas que son misteriosamente obstaculizadas por el capitalismo pueden aspirar a ser algo más que sugerentes metáforas de la actualidad, puesto que carecen del aparato heurístico, red de hipótesis explicativas, y responsabilidad empírica que exigen los vigentes estándares epistémicos y discursivos filosóficos y sociológicos. Y esto es algo que puede observarse en el caso de la aceleración social. El incremento permanente de las exigencias de coordinación y sincronización social no sólo es promovido por la técnica y el mercado, sino también por los agentes y grupos de agentes sociales que persiguen sus autorrealizaciones, patentes en las luchas por la independencia, protestas, revoluciones, y demás expresiones de la libertad. No existe aquí un hipertrofiado miembro rebelde del “cuerpo social”, ni un descontrol de la racionalidad instrumental, y mucho menos una lógica transhistórica que es frenada por el capitalismo: existe un sinnúmero de factores operacionalizables relacionados con el poder, dominación, autorrealización y libertad que coadyuvan a la manutención no funcional, sino contingente, del incremento del vértigo social. De modo que la necesidad de reformular la idea tradicional de patología social parece evidente. Las razones que justifican la razonabilidad de que la idea de patología social pueda ser reformulada en términos de consecuencias perversas de la promesa de libertad, constituyen el núcleo de la investigación doctoral. En principio, la estrategia argumental fundamental consiste en revisar cuidadosamente el linaje epistémico de la idea de patología social para aislar las tres dimensiones que componen su marco de sentido: la sociológica, la normativa, y la experiencial. Estas dimensiones constituyen el marco formal dentro del cual tiene sentido hablar y referirse a patologías sociales, por lo que rehabilitar estas últimas significa rehabilitar las dimensiones sociológicas, normativas y experienciales que conforman su marco de sentido. Marx entendía que la ilusión que generaban ciertas dinámicas de transacción social (léxico sociológico) producía transformaciones experienciales en los agentes (léxico experiencial) que no podían sino devenir en la hipoteca de sus autonomías (léxico normativo); Benjamin estaba convencido de que la modernización técnica, militar y del entretenimiento (léxico sociológico) producía shocks experienciales (léxico experiencial) que comprometían aquella distancia interna/externa dentro del cual el individuo podía producir su mémoire involontaire y asumir un punto de vista crítico (léxico normativo); y Adorno cargaba contra la racionalización social que traía consigo el capitalismo (léxico sociológico) al denunciar la destrucción de la no-identidad de los objetos y del sí-mismo que producía (léxico experiencial), en la medida en que todo ello comprometía la posibilidad de entablar vínculos miméticos no dominantes con el mundo (léxico normativo). Los tres casos ilustran la conexión que existe entre las tres dimensiones dentro de las cuales tiene sentido hablar de patologías sociales, y justifican la empresa de rescatar algunas coordenadas de la idea de patología social a través de la renovación de su marco de sentido. Para ello, la tesis elabora y justifica léxicos satisfactorios para cada una de las dimensiones que conforman aquel marco de sentido. Y la utilización del término “léxico” no es ingenua: los objetos de estudio, las vías de su tratamiento y estudio, y la producción de las condiciones que hacen posible su intelección, se gestan irrenunciablemente en el vientre de juegos de lenguaje, valores, convicciones y significados no siempre fáciles de compartir. De ahí que la rehabilitación del marco de sentido de las patologías sociales requiera de la elaboración de léxicos satisfactorios: tanto Marx como Benjamin y Adorno tuvieron que crear léxicos que creían ventajosos dentro de sus respectivas épocas, con el fin de lidiar críticamente con los problemas sociales que les inquietaban, por lo cual se hace imperioso renovar la misma tarea en nuestros días. Son precisamente los léxicos sociológico, normativo y experiencial que se elaboran y justifican en la investigación doctoral los que permiten reformular la idea de patología social en términos de consecuencias perversas de la promesa de libertad, para poder luego remover el silencio normativo que produce la condición tardomoderna. En primer lugar, el léxico sociológico que provee la teoría de la estructuración admite la posibilidad de elaborar una versión ampliada de la idea de “efectos” o “consecuencias perversas”. Desde una perspectiva estructural de lo social que permite reconocer adecuadamente el peso que poseen la contingencia y la reproducción y modificación social que promueven los actores diariamente, se elabora una noción de consecuencias perversas que es capaz de incorporar los significados, sentidos, ideales, y en especial, a la promesa de libertad. En virtud de que los individuos necesitan echar mano de ideales, sentidos y significados disponibles en las estructuras sociales para racionalizar sus acciones, se sostiene la hipótesis de que la promesa de libertad, en tanto ideal socialmente disponible, puede promover racionalizaciones de acciones individuales, y en especial, colectivas, que provocan consecuencias no intencionales nocivas para la materialización de sus demandas. Como puede apreciarse, esta hipótesis presupone una definición de la promesa de la libertad que no puede extraerse del léxico sociológico. De ahí que la tesis también forje un léxico normativo que reconstruye la promesa social de libertad en base a tres idealizaciones de la autonomía: una moral, otra auténtica, y otra de reconocimiento mutuo. La estrategia de reconstruir la promesa de libertad sobre la base de idealizaciones de la autonomía se funda en que estas últimas tienen la capacidad de proyectar y exigir la materialización de estados sociales que son convergentes con sus específicos excesos de validez. Y tales excesos de validez constituyen, precisamente, la fuente semántica y normativa más importante que le permite a los actores racionalizar sus acciones durante la reproducción y modificación de estructuras sociales: en la medida en que los actores participan de la reproducción y modificación de estructuras sociales bajo la creencia de que con ello obtienen la oportunidad de desarrollar cierta dimensión de su identidad o autonomía personal gracias a los ideales disponibles, cabe considerar las idealizaciones moral, auténtica y de reconocimiento mutuo de la autonomía como el núcleo de los horizontes occidentales de valor ligados al deber, y en consecuencia, de todas aquellas promesas sociales que desde la modernidad se asocian con el ideal de libertad. De ahí que la promesa de libertad sea tanto útil para explicar las dinámicas sociales occidentales de los últimos tres siglos, como para criticarlas a la hora de evaluar la materialización de sus promesas. Pero ninguno de estos léxicos logra dar cuenta del proceso causal por medio del cual la promesa de libertad puede desencadenar efectos perversos. En este asunto, la estrategia de Marx, Benjamin y Adorno, fue la de atender las transformaciones experienciales que ciertas dinámicas promovían a costas del sacrificio de la materialización de la libertad. De ahí que la tesis presente también un léxico experiencial que se focaliza en las transformaciones experienciales que se ligan al tiempo: la aceleración social moderna no cesa de promover modificaciones perceptuales en los agentes, siendo algunas de ellas propicias para la materialización de la libertad, y otras nocivas. Por un lado, la aceleración social que promovieron la innovación técnica, la proliferación de movimientos sociales, revueltas y protestas, y la volatilización financiera, creó la posibilidad de que los agentes pudieran desarrollar una vivencia temporal que les permitiera participar en la reproducción y modificación de varias estructuras sociales, lo que suponía tener la oportunidad de desarrollar varias dimensiones de sus identidades y autonomías personales. Pero, por otro, el incremento de ámbitos sociales obligó a los agentes a incrementar la velocidad con la cual realizaban sus actividades, aumentando la aceleración social, y produciendo una deseada e indeseada yuxtaposición de tiempos. Tal yuxtaposición representa tanto un aprendizaje social como un riesgo para el florecimiento saludable de las diferentes dimensiones de la autonomía: en la medida en que cada dimensión presupone y exige habitar un tempo específico, así como la capacidad de retirarse hacia aquel tiempo que le es propio al pensamiento y a la reflexión, la condición tardomoderna que yuxtapone todas las temporalidades conocidas en un amplio presente las homologa, y las vuelve inocuas e intrascendentes. De esta forma, los tres léxicos interconectados permiten reconstruir la genética histórica y social de la condición tardomoderna como una que está plagada de aciertos y desaciertos. Evitando caer en el conservadurismo y en el optimismo la tesis da cuenta de la complejidad que hace a una condición tardomoderna que se caracteriza por eternizar cierta autotraición de la promesa de libertad: la impaciencia con la que el ideal social de libertad ha intentado materializarse en los últimos siglos ha destruido ultraintencionalmente todos los aseguramientos experienciales ligados al tiempo que necesitaba, hipotecando prerrequisitos de la autonomía que calan mucho más allá de la reflexión y del pensamiento. Los agentes sociales no descansan en sus persecuciones de la autorrealización, echando mano sistemáticamente de los ideales disponibles en la promesa de libertad para participar de la cada vez mayor cantidad de estructuras sociales, demandando mayor innovación, mayor cantidad de oportunidades, mayores garantías, y mayor cantidad de ámbitos dentro de los cuales alcanzar cierta dimensión de sus identidades y autonomías personales; y con ello no dejan de incrementar el vértigo, y las exigencias de coordinación social y sincronización de la propia autorrealización. El reciente éxito financiero de Tesla que Elon Musk dirige no sólo descansa en intereses de control, o monopolización económica, sino en la estrategia de focalizar netamente la atención en la innovación técnica que les permite a los individuos sincronizar mejor sus autorrealizaciones personales: el Hyperloop que ligará New York a Washington con el fin de superar los atascos de tránsito acumula mayor vértigo social, y no a causa del control y de la dominación, sino de la desesperación con la cual los agentes sociales mejor situados sincronizan las diferentes dimensiones de sus autonomías personales durante su persecución de la felicidad y del poder. Y el asunto es que yuxtaponer en una instantaneidad todas las dimensiones de la autonomía termina por destruir sus sustantivas diferencias temporales a nivel ontogenético y performativo: mientras el desarrollo y ejercicio de las capacidades morales consume un tiempo específico e irreversible, el desarrollo y ejercicio de la autoconfianza nunca es definitivo, sino provisional, y el desarrollo y ejercicio de la autenticidad reflexiva consume todo el espectro de la vida individual. De ahí que impacientarse por desarrollarlas simultánea e instantáneamente no pueda devenir sino en la destrucción completa de la experiencia temporal de la autonomía. El corolario de este fenómeno se compone de los notables malos funcionamientos que presentan los desarrollos y ejercicios de las dimensiones de la autonomía: el vértigo social entumece las relaciones de reconocimiento mutuo, promoviendo incesantemente el olvido de la interacción que realmente se está manteniendo con los demás; el ideal de la autenticidad ha sido el principal elemento ideológico con el cual el capitalismo romántico pudo enlazar producción de plusvalor, arte, y autorrealización, e inyectar recursos motivacionales dentro de la innovación técnica, financiera, y del entretenimiento; y finalmente, el agente social tiene cada vez menos oportunidades temporales para poder elevarse hacia una perspectiva universal, y legislar en nombre de la humanidad, cayendo así en la reproducción de estructuras sociales que se sostienen sobre la más cruel explotación.