Los saberes de la felicidadcortes epistemológicos en el concepto de felicidad por racionalización del sufrimiento e indiferencia ante el dolor

  1. Lombana Villalba, Ivan Mauricio
Dirigida por:
  1. Carmen González Marín Director/a

Universidad de defensa: Universidad Carlos III de Madrid

Fecha de defensa: 07 de octubre de 2015

Tribunal:
  1. Fernando Broncano Presidente/a
  2. Julio Seoane Pinilla Secretario/a
  3. Ana María Leyra Soriano Vocal

Tipo: Tesis

Resumen

En la antigüedad, la racionalización de una ética de la felicidad niega el sufrimiento, al limitar la acción y el placer ante las afecciones, valorada la abnegación. Se relacionó primero la felicidad con lo singular y extraordinario, figurada en el esplendor fugitivo de la divinidad. El ethos humano se pensó en lo inesperado, en los dones a pesar del sufrimiento. Pronto la crueldad y vitalidad apasionada cedió al sentimiento del amor protector, pero tras la reflexión filosófica primó un sentido de liberación en la actividad favorable y de buena vida, acorde a una condición limitada que exige cuidar la actitud, considerar el modo de sufrir y limitar las disposiciones por sobre el dominio de sí; protección y respeto de la propia manera de pensar y actuar. De ahí deriva un concepto de actuar conforme a la naturaleza y el carácter. También el regocijo se pensó a costa de escoger entre placeres y se patologizó el dolor por un sentido del desequilibrio. No se desea la felicidad. Aristóteles concibe la felicidad en función de las preferencias, las acciones, las influencias, el deseo, la actividad y la técnica; se observan influencias y preferencias para despreciarlas, sobrevalorado el conocimiento. Hay que conocer las tendencias para alterar la vida. El juicio se dificulta en la observación de lo sensible; no vemos con claridad la propia situación. Prima entonces la actitud receptiva, la prudencia por necesidad del conocimiento y el cuidado en el ejercicio de las capacidades. También se impone un sentido de desdeñar en la aversión al placer y la desestimación del dolor para actuar de conformidad a ciertos bienes en tanto actuar de agrado depende de un canon. Se marca la diferencia entre lo que se quiere y lo que se sufre, porque la ilusión y la fantasía producen temor. Por consiguiente, se predica el desprendimiento de necesidades. Un sentido de la felicidad en el sufrimiento rompe con el finalismo. Contradictoriamente, se desconfía estoicamente en el deseo de beatitud y a la vez se impone el recto juicio, es decir, una racionalización por la búsqueda de la certeza y moralidad. La terapia pretende entonces contento en el dolor al seguir la voluntad de Dios. Para Agustín, que distingue grados de vinculación con lo verdadero, es feliz el que no tiene lo que quiere en su pureza. En consecuencia el conocimiento de sí y de Dios diferencia moralmente a las personas, y se recalca la felicidad en la actividad del hombre finito, en tanto se critica el conocimiento por el alcance de los sentidos. Se valora el dolor por Dios o el amor. Prima la inquietud por formas de estupor, penitencia, desconfianza de sí, represión de sí, abatimiento, y penalidades del infierno. Ya para Gracián el sentido de la acción se desprende de la necesidad, no del contento, en lo que reside el desengaño. La moralidad de la felicidad en la benevolencia se valora por el bien a otra persona, la degustación anticipada de la alegría por tranquilidad y la procuración de un bien mayor. La caída se estima indispensable y natural el odio a la infelicidad por lo que no ocurre, lo que ignora el hambre, la enfermedad y otros factores que afectan la vida. Se exige el abandono de los afectos, se critica la indiferencia al dolor por dedicación al placer y se pasa a la indiferencia de las pasiones, para imponer entonces una racionalidad del conocimiento de intereses propios y una política de los afectos en el derecho a ser feliz. Kant desliga la felicidad de los sucesos y exige hacerse digno de la felicidad. Se pretende la carencia de penas. Para poseer se requiere no contar con más, lo que contrasta con un pensamiento de las diferencias económicas. Se focaliza el interés en la actividad. Se critica la debilidad de la voluntad, el aislamiento y se impone una psicología de los buenos sentimientos frente a las ideas perturbadoras. La racionalidad establece límites al placer por el dolor, entendida la pasión como móvil de la acción, con un criterio utilitario en función de la necesidad, al punto de predicar luego la felicidad sin virtud. La contemporaneidad se caracteriza por la vuelta a supuestos más arraigados, pero racionalizados, y hasta se busca que la gente ame su servidumbre con una educación precaria y pobreza de contenidos. La felicidad se entiende mediada por el contexto, el lenguaje y fines políticos de la sociedad postmoderna. Se aprende del error y se prescribe el esfuerzo sin perfección, la autodisciplina, la autovaloración y la confianza en sí contra el estrés, bajo los supuestos de aprender actitudes y creencias, el manejo de las emociones y tener confianza en sí. Se trata ahora de una racionalidad que deja pasar pensamientos con meditación. En consecuencia se obvia la pluralidad de cosas y personas que nos rodean, por diversión, sin placeres, sumergidos en lo social. Sin teoría ni técnica, a través de la labor y la acción en prueba y error, la filosofía no abandona su ambición tranquilizadora. Se distinguen formas de racionalización distintas a la contraposición a lo concreto, por abstracción; por el juicio moral; por la afirmación en el dominio de las pasiones; por valoración de sentimientos y emociones; por indiferencia a las preocupaciones, por relegar el dolor a la medicina, etc. Se relativiza en gozo en propósitos y en un sentido de felicidad como consumo terapéutico. La antigüedad no negaba el sufrimiento. La felicidad altera valoración y percepción del dolor. Negamos el dolor y no tenemos en cuenta una capacidad de valoración ni una política social. Supeditada a la moralidad, patologizada la felicidad, psicologizada y pedagogizada, se impone una nueva indiferencia ante el dolor frente al fastidio. La necesidad de afecto, sentido y significado se supedita a la utilidad y al interés público. El libro de superación personal refina supuestos y prácticas por cultura educativa sin cuestionamiento, en relación con sentimientos, el estado corporal, circunstancias, y condiciones materiales. La felicidad se relaciona con la satisfacción, condiciones de vida, bienestar y calidad de vida. La felicidad de no hacer nada se acerca a la del aburrimiento sin trabajo. El s. XX explota una imagen superficial de la felicidad simple y positiva. A la vez hay una virtualidad de la felicidad relacionada con cualquier cosa, lo que supera una cosificación. Hay ventajas de grupo y la publicidad abstrae relaciones sociales por vínculos familiares erráticos. La felicidad se convirtió en principio moral a pesar de haber sido excluida de la moral filosófica. No hay una filosofía de la felicidad como suma de saberes. No hay error ni verdad en la filosofía de la felicidad, aunque se la invoca constantemente. Predominan las prescripciones con independencia de la conceptualización. Se valora la emoción antes patologizada y se suprime el dolor a toda costa. Se modulan incluso aspectos negativos y que cumplen la función de prevenir.