Una historia cultural de los frailes menores capuchinos. Discurso, representación e ideología en la España de los siglos xvii y xviii

  1. Hernández Sotelo, Anel
Dirigida por:
  1. Enrique Villalba Pérez Director/a

Universidad de defensa: Universidad Carlos III de Madrid

Fecha de defensa: 17 de mayo de 2011

Tribunal:
  1. Fernando Rodríguez de la Flor Adánez Presidente/a
  2. David García Hernán Secretario
  3. Miguel Fernando Gómez Vozmediano Vocal
  4. Fernando Negredo del Cerro Vocal
  5. Carlos-Alberto González-Sánchez Vocal
  6. Magdalena de Pazzis Pi Corrales Vocal
  7. Juan Pimentel Igea Vocal

Tipo: Tesis

Teseo: 306342 DIALNET

Resumen

Hace aproximadamente siete años tuve entre mis manos una obra resguardada en la Biblioteca Francisco de Burgoa (Oaxaca, México) titulada Falacias del demonio (1714) y escrita por el capuchino Félix de Alamín. La tesitura del texto y la adscripción del autor a una orden religiosa muy poco conocida y estudiada en México, me impulsó a convertir ese libro en el objeto de estudio de mi tesis de licenciatura en Historia. Si bien en ese momento mis inquietudes se encaminaron hacia el plano escatológico, a lo largo de la investigación me di cuenta de que el ámbito hispanoamericano carecía de una obra general sobre el origen, consolidación y desarrollo de la Orden de frailes menores capuchinos. Me involucré entonces (y casi por inercia) en un enjambre inmenso de cuestionamientos sobre la ontología del fraile menor capuchino, sus quehaceres, sus diferencias y similitudes con el resto de las órdenes religiosas que constituyen la familia franciscana y con los factores que posibilitaron su existencia en una época caracterizada por las controversias religiosas propias de la Contrarreforma. Decidí entonces viajar a España con la esperanza de encontrar especialistas sobre el tema e investigaciones realizadas desde el ámbito académico sobre aquellas lagunas historiográficas que se hicieron evidentes en ese primer acercamiento a la Orden capuchina en la Época Moderna. Desgraciadamente, el panorama historiográfico sobre la historia de estos frailes reformados del franciscanismo del Seiscientos no fue muy diferente al que había encontrado en mi país natal. Es cierto que entre los académicos de la Península el fraile capuchino constituye parte del crisol que conformó la religiosidad moderna, sin embargo, generalmente se le considera un integrante más de la comunidad franciscana que pocas novedades ofrece, por lo que las investigaciones sobre la Orden capuchina no han resultado un objeto de estudio atractivo dentro del ámbito institucional. Ciertamente el poco interés por la historia capuchina es evidente desde, por lo menos, tres aspectos: (1) hasta el momento no existe en el ámbito hispanoamericano (al menos que yo sepa) una historia de la Orden escrita por historiadores laicos y contemporáneos, (2) las investigaciones sobre algunos aspectos generales de la Orden se encuentran dispersas en publicaciones diversas (artículos, capítulos de libros o fragmentos de obras amplias sobre la religiosidad moderna), lo que hace más difícil la labor investigadora de quien pretende explorar nuevos temas sobre la historia de los capuchinos en la Época Moderna, y (3) desde principios del siglo pasado hasta nuestros días, han sido los propios historiadores capuchinos quienes se han comprometido con la tarea de difundir su historia, labor loable pero insuficiente. Y es que, si bien las aportaciones historiográficas de los frailes capuchinos Melchor de Pobladura, Buenaventura de Carrocera, Celestino de Añorbe, Basilio de Rubí, Policarpio Felipe Alonso, Tarsicio de Azcona, Alberto González Caballero, entre los más conocidos, han sido la base sobre la que se ha desarrollado el conocimiento de la historia de la Orden, también es cierto que se trata de una historiografía con matices apologéticos. Además, las publicaciones con sello capuchino tienen poca difusión entre los historiadores laicos por tres motivos: (1) las investigaciones más arduas se realizaron entre las décadas de 1940 y 1960 y no han conocido reimpresiones, (2) generalmente los trabajos de los historiadores capuchinos han sido publicados por editoriales y revistas propias de la Orden, y (3) algunas investigaciones que conforman la Biblioteca Seráfico Capuchina, impresas durante el siglo XX, están escritas en latín. Hacia 1949 el capuchino Buenaventura de Carrocera manifestó: "no podemos esperar [los capuchinos] en manera alguna que manos extrañas ni ajenos investigadores vengan a sacar del olvido, y del secreto nuestras propias glorias; aparte de que no lo harán, somos nosotros quienes en justicia y por obligación las hemos de dar a conocer". [Las cursivas son nuestras] Por las cuestiones expuestas hasta aquí, considero que estas palabras siguen vigentes pues por un lado, es sabido que el acceso a bibliotecas y archivos custodiados por las órdenes religiosas suele ser muy restringido mientras que, por otro, el desinterés casi generalizado por la historia capuchina desde la academia especializada no se puede negar. Así, la investigación que ofrezco ahora al lector pretender ser una aportación que subsane, aunque parcialmente, el vacío historiográfico sobre la Orden capuchina. Ahora bien, la elección del marco teórico utilizado y las delimitaciones espaciales y temporales tienen también justificaciones precisas. Aunque para explicar la reforma capuchina es necesario remitirnos al primer cuarto del siglo XVI, en el caso de la historia de la religiosidad hispanoamericana los capuchinos dejaron sentir su influencia principalmente a partir del siglo XVII, cuando pudieron asentarse definitivamente en Madrid, gracias a las concesiones de Margarita de Austria y Felipe III. Además, el Seiscientos fue para la Orden el siglo de la consolidación llevada a cabo principalmente mediante la escritura y las traducciones de su historia oficial y su proyección como frailes penitentes caracterizados por el hábito con capucho puntiagudo y las barbas largas y descuidadas. La elección del siglo XVIII como delimitación del estudio está directamente relacionada con las crisis políticas, religiosas y económicas que sufrió tanto la Península como los virreinatos americanos debidas a la invasión francesa y al inicio de los movimientos independentistas. Pero estos acontecimientos (el establecimiento de los capuchinos en la Corte española y los conflictos políticos de principios del siglo XIX) no han sido los únicos factores para elegir los siglos XVII y XVIII como periodo de estudio. Una de las hipótesis con las que comencé esta investigación era que la esencia capuchina desde 1536, cuando se reformaron las primeras constituciones de la Orden, hasta los primeros años del siglo XIX poco había cambiado, pues la Orden se ha caracterizado desde su fundación como una comunidad ultraconservadora que, con el paso del tiempo, modificó algunas de sus prácticas culturales a marchas forzadas y sólo por la urgencia de los tiempos. Espero que, a lo largo de la lectura, el lector coincida conmigo en la confirmación de esta hipótesis. La elección de la historia cultural como marco teórico de esta investigación está relacionada con tres aspectos. Primeramente, la historiografía existente sobre el tema está muy dirigida al establecimiento de fechas, fundaciones, normativas, concesiones nobiliarias o reales, etc. Muy poco se ha escrito sobre la manera de ser capuchino en la Época Moderna, cuestión imprescindible para entender las vías por las que los religiosos pudieron hacerse un lugar en el abanico hispano-religioso del periodo estudiado. En segundo lugar, quizá por la falta de investigaciones específicas sobre la Orden, se desconocen la gran cantidad de fuentes impresas y manuscritas que produjeron los frailes del Antiguo Régimen, fuentes que posibilitan la realización de investigaciones de carácter interdisciplinar. Finalmente, el marco teórico de la historia cultural nos permite hablar de identidades culturales y realidades colectivas con las que cierto grupo en determinada época sintió, vivió, entendió y propagó prácticas religiosas que trascendieron a las estructuras y dinámicas sociales impuestas institucionalmente. Este marco teórico me ha permitido profundizar en algunos aspectos de la cultura capuchina durante los siglos XVII y XVIII. Sin embargo, dado que ningún trabajo historiográfico serio se fundamenta en la (ilusa) pretensión de ofrecer la historia definitiva de su objeto de estudio pues siempre habrá algo qué aportar sobre un mismo tema, mi investigación es una de las muchas y diferentes historias culturales que posibilita el análisis de las variadas fuentes relacionadas con la Orden capuchina. Sobre el tema de las fuentes utilizadas en esta investigación considero preciso hacer un apunte. Aunque no exclusivamente, es verdad que gran parte de la investigación ha sido realizada a partir de impresos antiguos y mi obligación como autora de este libro es explicar a mis lectores las razones por las que decidí que los impresos primaran sobre las fuentes documentales. Al iniciar la presente investigación con el sondeo de las fuentes con las que podía trabajar, me di cuenta que el abanico de posibilidades era amplísimo tanto en la temática como en los recursos disponibles. Me resultó casi imposible comprender la documentación de archivo careciendo de conocimientos profundos sobre el origen, desarrollo, proyección y consolidación capuchinos en España. Como ya apunté, a medida que obtenía información, los vacíos historiográficos iban haciéndose mayores. Esta situación me obligó, como no podía ser de otra manera, a consultar la primera gran historiografía capuchina traducida al castellano entre los siglos XVII y XVIII. El acercamiento con la producción libresca capuchina de la época hizo evidente que gran parte de la historiografía reciente sobre la Orden se ha escrito a partir de bibliografía de segunda mano, es decir, a partir de los estudios de los historiadores capuchinos principalmente del siglo XX, además de que algunos historiadores contemporáneos laicos que se han ocupado transitoriamente de la Orden, no parecen haber accedido directamente a las fuentes literarias sino sólo a las referencias de éstas realizadas por los estudiosos capuchinos. Así, exploré y analicé parte del corpus literario capuchino. Encontré en él un bastión de conocimiento tanto de la historia de la Orden como de su ontología. Dicho análisis me permitió considerar que la producción literaria capuchina no podía ser sólo el punto de partida de mi investigación, debía ser parte sustancial de ella para lograr la comprensión de los documentos que dispersamente encontraba en el Archivo Histórico Nacional, el Archivo General de la Nación (México), la Real Academia Española, la Real Academia de la Historia, la Biblioteca Nacional de España, entre otros centros. Por otro lado, mi objetivo principal era, como reza el subtítulo, el estudio del discurso creado por los capuchinos para legitimar su instituto religioso, la construcción del fraile penitencial a partir de la representación corporal que los capuchinos hicieron de sí mismos, las controversias religiosas sobre la existencia de la Orden como congregación franciscana independiente de observantes y conventuales y la proyección de su imaginería por medio de su particular visión del mundo. Gran parte de las respuestas las encontré justamente en sus libros y, a medida que me apropiaba de sus obras por medio de la lectura, crecía entonces la temática de mi investigación. Como todo historiador, en algún momento necesité parar, delimitar, elegir y discriminar fuentes. Es tanto lo que hace falta estudiar sobre la Orden que introducir al cuerpo de la investigación fuentes de archivos provinciales capuchinos rebasaba los objetivos concretos que me planteé al principio. Aunque soy consciente de que una parte de la academia minusvalora las investigaciones que no se sustentan mayoritariamente en fuentes archivísticas, desde mi punto de vista esta consideración es anacrónica. Porque existen tantas maneras de hacer historia como análisis y formas con las que el historiador interroga a sus fuentes, siempre que las fuentes elegidas posibiliten las respuestas. En el caso de la presente investigación, el diálogo entre la que suscribe y los libros antiguos consultados fue indispensable y muy fructífero. Por otro lado, considero que quizá la mayor aportación del estudio que presento a continuación radica en que puede convertirse en una herramienta con la que otros estudiosos inicien nuevas investigaciones sobre la Orden, partiendo de los diferentes temas que se tratan aquí y valorando otro tipo de fuentes históricas. La investigación está dividida en cuatro partes y cada parte en capítulos y subcapítulos. La primera parte titulada Escribir la historia capuchina es, en un primer momento, una introducción general sobre la fundación de la Orden en Italia, su llegada a Cataluña y su expansión por el resto de España. Luego de esta breve noticia sobre la Orden, el lector se sumergirá en las condiciones que determinaron la primera escritura de la historia oficial capuchina en el siglo XVII, escritura directamente relacionada con las críticas que recibió su instituto desde el siglo anterior y con la necesidad de construir una narración maravillosa sobre los santos orígenes de la Orden. La segunda parte está dividida en tres capítulos. Bajo el título de El instituto capuchino en la Época Moderna esta parte comienza con un análisis de la figura de san Francisco, santo al que los capuchinos convirtieron en su fundador divino debido a la carencia de un fundador real. La vinculación entre el santo medieval y los capuchinos modernos determinó el tipo de observancia regular que los frailes pretendieron sustentar hasta el final del Antiguo Régimen, de ahí que el lector encontrará la esencia de las prácticas culturales del capuchino moderno relacionadas con la exégesis que hicieron de la Regla franciscana, los espacios conventuales que habitaban, la instrucción que recibían y su quehacer apostólico. El tercer bloque, titulado Auto-representación del fraile capuchino, está sustentado en una pregunta básica: ¿la reforma capuchina fue una renovación de la antigua observancia de la Regla franciscana o una recreación indumentaria y corporal del franciscanismo medieval? Para resolver la cuestión se analiza la historia de la forma del hábito de san Francisco y sus seguidores escrita por el capuchino Zacarías Boverio, la importancia de las barbas como medio de legitimación de la Orden y la prodigiosidad discursiva con la que los capuchinos empaparon el hábito puntiagudo, todo ello dentro de las polémicas entre los capuchinos y otras facciones franciscanas. En Proyectarse al mundo. Escritura, saberes y controversias, se tiende un puente entre la construcción discursiva de los capuchinos al interior de la Orden y la ideología conservadora característica de los frailes de cara al mundo exterior, por medio de la escritura. El objetivo de esta última parte es demostrar cómo la producción literaria capuchina de temas religiosos y profanos condensó la concepción del mundo y de estar en el mundo que la Orden concibió y propagó desde su propio cuerpo penitencial hasta la escritura de libros profanos. Finalmente, el epílogo persigue ser la conexión entre las construcciones y prácticas de los capuchinos en España y la reivindicación de los religiosos que en la Nueva España hizo doña Ana de Iraeta a principios del siglo XIX, señalándolos como integrantes de una comunidad religiosa que ayudaría al restablecimiento del orden monárquico en un momento en el que la guerra independentista tuvo sus primeros brotes.