Libertad, desigualdad y el contrato de maternidad subrogada

  1. Torres Quiroga, Miguel Ángel
Dirigida por:
  1. José Luis Velázquez Director/a

Universidad de defensa: Universidad Autónoma de Madrid

Fecha de defensa: 17 de diciembre de 2018

Tribunal:
  1. José María Casado González Presidente/a
  2. Jorge Riechmann Fernández Secretario/a
  3. Rosana Triviño Caballero Vocal
  4. Elena Hernández Corrochano Vocal
  5. Ana Sofía Araujo Pinto de Carvalho Vocal

Tipo: Tesis

Resumen

La maternidad subrogada o la subrogación de vientre es uno de asuntos más controvertidos para las ciencias morales de hoy. El objetivo principal de esta investigación es criticar que la subrogación de vientre deba de ser aceptada como una actividad como otra cualquiera desde dos perspectivas: por un lado, la visión del socialismo y de la justicia del filósofo Gerald Allan Cohen; por el otro, desde una crítica feminista. Sostengo que reconocer la importancia de la libertad reproductiva no justifica el contrato de subrogación por las razones que he de explicar. En primer lugar, en el Capítulo I el objetivo es clarificar el vocabulario usado en el tema del contrato de subrogación de vientre. Defenderé que la manera más común de referirse a esta práctica, ‘gestación subrogada o por sustitución’ enmascara la manera por la cual la maternidad acaba siendo dividida. Además, presentaré una discusión sobre el debate filosófico actual en torno a los lazos genéticos, las intenciones y la gestación. Después, en el capítulo II, cuestionaré de qué manera la perspectiva de los libertarios ha pasado por alto las desigualdades como la dominancia de una clase social, género y status. Por ejemplo, Robertson (1994), como un libertario progresista, no apoya interferencias del Estado en su férrea defensa de la libertad negativa de reproducción. Aparentemente, lo que Robertson tiene en mente en es que la autonomía y la libre voluntad además implican la responsabilidad personal de tomar riesgos y enfrentar todas las consecuencias que cualquier decisión traiga consigo. Desde el marco teórico libertario, cada ser humano es su propio amo que no pide a nadie un consejo no solicitado sobre su bienestar. A continuación en el capítulo III, haré énfasis en el derecho de contrato como el principal argumento para legalizar la subrogación de vientre comercial y/o altruista. De nuevo, los libertarios dominan en la defensa del contrato de subrogación de vientre. Algunos libertarios abogan por los valores de pluralidad y tolerancia ante cualquier oposición a la práctica de maternidad subrogada por motivos de justicia social (Harris, 1985; Arneson, 1992; Wertheimer, 1999; Fabre, 2006). Así, han abrazado el derecho al libre contrato, el cual implica que las partes involucradas están obligadas a cumplir el contrato siempre que firmen por su propia voluntad. No obstante, Robertson y Harris no dejan un espacio para la enorme desigualdad de género en el trabajo ni para las consecuencias normativas y morales que esa gran desigualdad tiene en la libertad de toma de decisiones. Robertson sugiere que su punto de vista abarca ya la lucha de las mujeres por la igualdad: los cuerpos de las mujeres y sus úteros son, ambas, los medios para conseguir determinados propósitos. Al hacerlo, todas las consecuencias que este contrato aparentemente justo pueda desencadenar deben ser justas de igual manera. La subrogación de vientre, la prostitución y el comercio de órganos quedan así como mercados amparados por el derecho de contrato. Una vez dicho esto, argumentaré que el enfoque libertario es injusto. Deniega el cómo la injusticia social, la desigualdad de clase y la opresión de género han construido la sociedad en la que vivimos. Más adelante en el capítulo IV, contrastaré el enfoque libertario con el defendido por varios críticos de los mercados como Elizabeth Anderson Debra Satz, Michael Sandel, y Susan Moller Okin. Feministas liberales como Anderson y Satz han disputado al marco libertario de una forma astuta, exigiendo ponerle límites a la industria de la gestación subrogada en varios grados. Para Anderson, la subrogación de vientre es dañina porque mercantiliza tanto a las mujeres como a los niños. Además, sostiene que los bienes personales encarnados en el cuerpo son inalienables. Por el contrario, Satz sugiere que la preocupación ética y moral en la subrogación no tiene nada que ver con la corrupción de bienes encarnados en el cuerpo, como sugiere Anderson. En su lugar, indica que un contexto conformado por la desigualdad de género y las jerarquías hacen de la subrogación de vientre un mercado nocivo y peligroso. Defenderé que este enfoque igualitario es provechoso en la crítica a los libertarios, pero una perspectiva más radical es necesaria. Finalmente, en el capítulo V, voy a exponer por qué la subrogación de vientre es incompatible con la igualdad real de oportunidades. Al contrario de la perspectiva libertaria, Gerald Cohen (2014) defiende que la falta de dinero es una interferencia con la libertad individual, y no solamente falta de medios para alcanzar lo que la libertad política permite. Aunque la defensa socialista de Cohen enfatiza cómo la falta de dinero es capaz de reducir la libertad de las personas de la clase trabajadora, él también pasa por alto otras injusticias no distributivas, como el género o la racialización, ambas tan opresivas como la apropiación de la propiedad de los medios de producción. En respuesta al argumento de la explotación, se ha sugerido la base de modalidad altruista de subrogación de vientre: mientras no se pague a las mujeres por concepto del embarazo, entonces no estarían en riesgo de explotación económica. Ciertas perspectivas feministas (Dickenson, 2017; Greer, 2000; Pateman, 1988; Raymond, 1990) también replican la llamada promesa de justicia de los contratos altruistas. Han replicado que los estereotipos (una mujer altruista ofrece su útero como un ‘regalo’ a una pareja infértil) son dañinos y nocivos para la emancipación colectiva de las mujeres del dominio patriarcal. Carole Pateman ha presentado una serie de argumentos teóricos útiles que explican cómo la subordinación de las mujeres es perpetuada a través de contratos, relaciones de poder, y en el consentimiento bajo presión. Pateman (1988, 2002a, 2002b) afirma que el individuo libre tantas veces referido por la tradición contractualista occidental es un hombre, como también sus necesidades y libertades. La mayor parte del pensamiento contractualista está, por lo tanto, basado en una concepción masculina del mundo, en el cual el embarazo no tiene significado político alguno, por lo menos no en la llamada ‘esfera pública’. Las experiencias de las mujeres son ignoradas y silenciadas: el embarazo, el parto, la mano de obra doméstica, los cuidados, todos siguen siendo no remunerados. Por el otro lado, el acceso de las mujeres a la esfera pública ha estado íntimamente conectada con estereotipos de género: las mujeres valen la pena como esposas, cuidadoras, madres, prostitutas, enfermeras, etcétera. La subrogación de vientre renueva ese contrato sexual desde que a las madres gestantes se les permite el ‘derecho’ de alquilar sus vientres como vasijas para, posteriormente, renunciar a cualquier conexión con el bebé que han gestado. Como conclusión, sostengo que la toma de una decisión podría no ser libre desde que la falta de dinero y la incapacidad para acceder a bienes básicos figuran entre las razones principales de las madres gestantes. Propongo y defiendo que el contrato de subrogación desafían los derechos básicos de las mujeres de dos maneras: 1) Desde que queda aceptada la ‘explotación consentida mutuamente’ como una transacción cualquiera entre individuos libres, se fortalece la idea de que la falta de dinero no es lo mismo que la capacidad de ejercer la libertad. No hay que olvidar que la visión del socialismo según Cohen conecta la falta de dinero con la falta de libertad; y 2) Una vez que se puede renunciar a los lazos maternales gestacionales por contrato (el lazo gestacional es considerado como algo completamente alienable, como la donación de esperma o de óvulos), las normas patriarcales de género serán perpetuadas Summary Surrogate motherhood or contract pregnancy is one of the most contested issues for today moral sciences. The main goal of this research is to criticize that surrogacy should be accepted as an activity like any other from two perspectives: on the one hand, Gerald Cohen’s visions of justice and socialism; on the other hand, from a feminist criticism. I hold that acknowledging the importance of reproductive liberty does not justify contract pregnancy for the reasons I shall explain. In the first place, the aim in chapter I is to clarify the vocabulary used in the topic of contract pregnancy. I shall defend that the most common way to refer to this practice, ‘gestational surrogacy’ masks the way by which motherhood has been split. In addition, I shall present a current philosophical discussion about genetic ties, intentions and gestation, After, in chapter II, I will question how the liberal perspective has overlooked inequalities as class dominance, gender and status. For instance, Robertson (1994), as a progressive libertarian, does not endorse any state interference at all in his strong defence of negative reproductive freedom. Seemingly, what Robertson has in mind is that autonomy and free will also entail the personal responsibility to take risks and face all the consequences that any decision could bring with it. From the libertarian framework, each human being is her own self-master who does not seek any unsolicited advice about her welfare from anyone. Then in chapter III, I focus on contract right as the main ground to legalize commercial and/or altruistic surrogacy. Again, the libertarians are dominant in the defense for contract pregnancy. Some of them argue pluralistic values and tolerance against any opposition to surrogacy on the grounds of social justice (Harris, 1985; Arneson, 1992; Wertheimer, 1999; Fabre, 2006). They have embraced the right to free contracts, which entail that the parties involved are compelled to do fulfil the contract as long as they signed of their own free-will. Nonetheless, Robertson and Harris do not make room for the enormous gender inequality in labor nor the moral-normative consequences that huge inequality has on free decision-making. Robertson suggests that his standpoint encompasses women’s struggle for equality: women's bodies and their wombs are both the means to achieve particular purposes. In doing so, all of the consequences that this seemingly fair arrangement could trigger must be fair as well. Surrogacy, prostitution and organ trade are markets suitable for contract right. Having said that, I will argue that the libertarian approach is unfair. It neglects how social injustice, class inequality, and gender oppression have shaped the society we live in. Later in chapter IV, I will contrast the libertarian’s approach with that defended by market critics such as Elizabeth Anderson, Debra Satz, Michael Sandel, and Susan Moller Okin. Liberal feminists like Anderson and Satz have contested the libertarian viewpoint in a clever way, claiming for put limits to the surrogacy industry in different degrees. For Anderson, surrogacy is harmful because it commodifies both women and children. Also, she maintains that personal goods embedded in the body are inalienable. Conversely, Satz suggests that the moral and ethical concern on surrogacy has nothing to do with corruption of goods embedded in the body. Instead, she suggests that a context shaped by gender inequality and hierarchies makes surrogacy a dangerous and noxious market. I defend that this egalitarian approach is helpful in the criticism of the libertarians’ defense, but a more radical perspective is necessary. Finally, in chapter V, I will expose why contract pregnancy is not compatible with real equality of opportunities. Contrary to the libertarian perspective, Gerald Cohen (2014) defends the idea that a lack of money interferes with freedom, and not only as a lack of means to achieve what political freedom allows. Although Cohen’s socialist defense emphasizes how a lack of money can make people from the working class less free, he overlooks other non-distributive injustices, like gender or race oppression, both as exploitative as the ownership of property in the means of production. In reply to the exploitation argument, it has been proposed surrogacy contracts on an altruistic basis: as long as women are not paid for pregnancy, then they would not be at risk of exploitation. Some feminist perspectives (Dickenson, 2017; Greer, 2000; Pateman, 1988; Raymond, 1993) also challenge the so-called fairness promised by the altruistic contracts. They have argued that stereotypes (an ‘altruistic woman’ offers her womb as a ‘gift’ to an infertile couple) are harmful and noxious for women’s collective emancipation from the patriarchal ruling. Carole Pateman has presented helpful theoretical arguments which explain how exactly the subordination of women is perpetuated through contracts, power relationships, and consent under pressure. Pateman (1988, 2002a, 2002b) affirms that ‘the individual’ referred to by the western contractarian tradition is male, as are their needs and liberties. Most of contractarian thought is therefore based on a male conception of the world, in which pregnancy has no political meaning at all, at least not in the so-called ‘public sphere’. On the one hand, women’s experiences are ignored and silenced: pregnancy, childbearing, menial labor, and nurture remain unpaid. On the other hand, women’s access to the public sphere has been highly connected with gender stereotypes: women’s worth as wives, caregivers, mothers, prostitutes, nurses, etc. Surrogacy renews the sexual contract since surrogate mothers are allowed the ‘right’ to rent out their wombs as vessels and subsequently, relinquish any connection to the baby they have carried. Therefore, it is clear that women’s right to be heard by the state is silenced: as surrogacy contracts become internationally recognized, any motherhood claim from a regretful surrogate will be quickly rejected. In conclusion, I uphold that decision-making might not represent free choice since lack of money and inability to access basic goods are the main reasons for surrogate mothers. I contend that surrogacy contracts challenge women’s basic rights in two ways: 1) Since ‘mutually consented exploitation’ is now accepted as just another transaction between free individuals, the conception that a lack of money is something different from the ability to exercise freedom is strengthened. Cohen’s vision of socialism connects a lack of money and the lack of freedom; and 2) Once maternal ties are relinquished as a matter of contract (gestational link is regarded as something completely alienable, like sperm or egg donation), patriarchal gendered norms will be perpetuated.