El arte de pasear en la escritura figurativa del yo

  1. Ripoll León, Verónica
Dirigida por:
  1. Eduardo Pérez-Rasilla Bayo Director/a

Universidad de defensa: Universidad Carlos III de Madrid

Fecha de defensa: 23 de marzo de 2022

Tribunal:
  1. Carmen Becerra Suárez Presidente/a
  2. Julio Enrique Checa Puerta Secretario/a
  3. Carmen Gómez García Vocal

Tipo: Tesis

Resumen

La decisión de salir a pasear suele ser tomada como algo deseable. Paseamos para liberarnos de nuestro entorno, de la monotonía, de los problemas y de las obligaciones; para suspender el tiempo externo y, consecuentemente, adentrarnos en el interno, el tiempo de nuestro yo más íntimo. El paseo, al menos el que se realiza en soledad, lleva consigo el encuentro con recuerdos o nuevas ideas, con el propio pensamiento. Tiene algo de refugio, supone un momento de retiro y de retorno a uno mismo, lo que lo ha convertido en un recurso literario muy frecuentado. El paseo posibilita la interacción con el medio, con un paisaje natural o urbano, pero también con un otro, conocido o desconocido, que se encuentra dentro de nosotros mismos. El presente estudio parte del interés por la búsqueda o construcción de la identidad de una serie de narradores y personajes principales que llevan a cabo este proceso cuando salen a pasear. En este sentido, el objetivo general de la investigación consiste en reivindicar el acto de pasear como un proceso reflexivo que inicia a los autores en la aventura de la escritura figurativa del yo. Para llegar a esta idea, en este trabajo realizo un recorrido por la evolución que han experimentado los estudios de las escrituras del espacio autobiográfico, así como por las figuras clave que han hecho del paseo una actividad que incita a la reflexión y que han podido influir en la literatura occidental moderna y contemporánea. A este segundo objetivo hay que añadir otros objetivos específicos que también me propongo; a saber: delimitar el conjunto de escritores relevantes que intervienen en esta relación entre las escrituras del yo y del paseo; analizar los diferentes espacios, naturales y urbanos, por los que pasean los personajes de las distintas obras literarias; y describir cómo las diferentes variantes del desplazamiento a pie implican una acción de relevancia identitaria no solo a nivel individual, sino también a nivel social y político. Existen fundamentalmente tres frentes en la concepción de la relación entre literatura y paseo: uno que nace alrededor del siglo XVIII, centrado en la cultura romántica alemana; otro en la francesa moderna e incluso contemporánea, que bebe de la historia materialista y la historia de las mentalidades, donde habría que destacar la figura de Charles Baudelaire (1821-1867) y, confluyendo con la cultura alemana, a su teórico Walter Benjamin (1892-1940); y otro angloparlante, más cercano, quizá, a la reivindicación del paseo como experiencia, donde incluiríamos a los modernos Virginia Woolf (1882-1941) y James Joyce (1882-1941). Si nos retrotraemos a quien forja de manera literaria la estética romántica del paseo solitario, debemos referirnos a Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) con su obra Las ensoñaciones del paseante solitario (Rêveries du promeneur solitaire, 1782), un texto repleto de anécdotas autobiográficas nacidas de sus paseos por París. Asimismo, el representante de la novela realista del siglo XIX, Honoré de Balzac (1799-1850), también vio en la manera de caminar un aspecto importante para la descripción de sus personajes y llegó a escribir un tratado llamado Teoría del andar (Théorie de la démarche, 1833), en el que no prescindió ni del sarcasmo ni de la crítica social características de su estilo literario. Junto a la obra de Balzac, cabe mencionar el texto del filósofo alemán Karl Gottlob Schelle que da título a esta investigación, El arte de pasear (Die Spatziergänge oder die Kunst spatzierenzugehen, 1802), una obra anterior a la Teoría de Balzac y que destaca por unir la relevancia del paseo por el campo con el que se realiza por el espacio urbano. No obstante, Schelle servirá aquí únicamente como teórico de este tipo de escrituras, dado el interés por destacar los textos literarios en los que el pasear es significativo. Con la llegada del siglo XX, veremos que quien más importancia dio al arte de pasear en sus obras fue el escritor suizo Robert Walser (1878-1956), adquiriendo además especial relevancia la voz en primera persona: su texto El paseo (Der Spaziergang, 1917) constituirá un hito en la relación entre el pasear y la escritura de las figuraciones del yo. Tras Walser, esta relación se volverá cada vez más estrecha, aunque no más relevante, pues en todo el grueso de la obra del escritor suizo el arte de pasear supondrá un eje vertebrador, mientras que en otros autores el paseo aparecerá, por lo general, en obras muy concretas y señaladas. Curiosamente, otro fenómeno de una envergadura cercana a la de Walser, lo encontraremos en su coetáneo Knut Hamsun (1859-1952), quien en su famosa novela Hambre (Sult, 1890) —anterior a El paseo—, así como en la llamada «Trilogía del vagabundo» (1912) y en su última obra, Por senderos que la maleza oculta (Paa gjengrodde stier, 1949), vemos a personajes que figuran al propio Hamsun y deambulan por la ciudad o por los bosques y montañas de Noruega. En la segunda mitad del siglo XX y también a principios del siglo actual, por toda su tradición, será la literatura escrita en lengua alemana la que más importancia dé al pasear. Destaca el escritor, profesor y fotógrafo alemán W. G. Sebald (1944-2001), quien dedicará incluso un breve texto, el de El paseante solitario (Le promeneur solitaire. Zur Erinnerung an Robert Walser, 1998), a su admirado Robert Walser, con quien compartirá también un estilo de escritura vaporosa. Los personajes de Sebald transitarán por la ciudad como verdaderos flâneurs. El narrador homodiegético de Vértigo (Schwindei. Gcfühlc, 1990), por ejemplo, vagará por las calles de Viena, Venecia, Milán, Verona… Y a través de la reminiscencia, vinculará identidades de distintas personas y épocas, así como objetos y lugares. También en Montauk, la novela de 1975 del suizo Max Frisch (1911-1991), el espacio adquiere especial relevancia. En la obra encontramos, además, un intercambio de voz entre el narrador en tercera persona y el personaje en primera como ya hiciera Walser en El bandido (Der Räuber, 1925 [ed. 1986]). Y como en esta prosa walseriana, ambos son el propio escritor de la historia. La obra de Frisch es un claro ejemplo de autoficción: su personaje principal se llama como él, aunque quiere pasar desapercibido mediante una escritura privada y fundirse como paseante entre la multitud. Tampoco la poeta y narradora austríaca Ingeborg Bachmann (1926-1973), quien aparece en Montauk como personaje, pues fue pareja de Frisch, escapa a esta literatura que parece resistirse a dar por finalizado el tema de la identidad y su relación con el paseo, especialmente en la obra Tres senderos hacia el lago (Drei Wege zum See, 1972), perteneciente a la colección de relatos «Simultan». Todos estos escritores son claros continuadores de las teorías de Schelle y Benjamin y de las obras de Walser en lengua alemana, pero también podemos destacar a, por lo menos, dos autores, que siguen la misma tradición en lengua francesa. Estos son el escritor y profesor de historia y geografía Julien Gracq (1910-2007), quien se sentirá fascinado por las ciudades y no podrá evitar deambular y dedicar diversas obras a sus itinerarios llevados a cabo por ellas; y el novelista Patrick Modiano (1945), otro peculiar paseante por la notabilidad que adquiere en él revisitar el pasado de la Ocupación a través de una memoria a menudo involuntaria. Al otro lado del Atlántico, encontramos a una voz femenina y feminista del pasear en la escritora estadounidense Vivian Gornick (1935), que recorre las calles de Manhattan en compañía de su anciana madre, cuestionándose todo lo que vive y se le impone. Lo cierto es que, en los últimos años, en los Estados Unidos, muchas mujeres están poniendo el foco de sus escrituras en el desplazamiento a pie y lo están reivindicando como una práctica feminista. A Gornick se unen otras escritoras como Rebecca Solnit (1961), cuya obra Wanderlust (2000) se ha convertido en un clásico contemporáneo de los estudios de este tipo de actividad; Lauren Elkin (1978), autora del no menos interesante ensayo Flâneuse (2016) o Leslie Kern, quien ha publicado recientemente el ensayo Ciudad feminista. La lucha por el espacio en un mundo diseñado por hombres (Feminist City. Claiming Space in a Man-made World, 2020). Por otro lado, para finalizar con este breve marco de lecturas, quiero destacar a otros cuatro escritores —masculinos, de nuevo— de las letras españolas: Enrique Vila-Matas (1948), con claras resonancias walserianas, como él mismo señala en Doctor Pasavento (2005) o en Bartleby y compañía (2001); Luis Landero (1948), quien, aunque de manera mucho más indirecta, hereda también este tipo de escritura que presenta a personajes erráticos, paseantes, que además no siempre culminan sus propios trayectos, en obras como El balcón en invierno (2014); Julio Llamazares (1955), con algunos de sus libros de viajes y novelas como El cielo de Madrid (2005), donde su narrador-protagonista recorre y pinta la capital española; y Javier Pérez Andújar (1965), con una obra tan reseñable como Paseos con mi madre (2012), donde, a la manera de Gornick, la acción y la memoria la desata un paseo familiar. En lo referente a la escritura del espacio autobiográfico, a través de las páginas de mi investigación, el lector podrá entrar en contacto con El pacto autobiográfico (Le pacte autobiographique, 1975) de Philippe Lejeune; Palimpsestos (Palimpsestes. La littérature au second degré, 1982) y Ficción y dicción (Fiction et diction, 1991) de Gérard Genette; Tecnologías del yo (Technologies of the Self. A Seminar with Michel Foucault, 1988) de Michel Foucault; Sí mismo como otro (Soi-même comme un autre, 1990) de Paul Ricoeur; Autobiografía y modernidad literaria (1994) de Javier del Prado Biezma, Juan Bravo Castillo y María Dolores Picazo; Narcisos de tinta (1995) de Anna Caballé; La intimidad (1996) de José Luis Pardo; El pacto ambiguo (2007) de Manuel Alberca; o con, como no podría faltar, pues es la obra con la que también doy título a este trabajo, Figuraciones del yo en la narrativa (2010) de José María Pozuelo Yvancos. No obstante, en ningún caso debe considerarse que las referencias a este género literario o, más bien, géneros literarios, acaben aquí. Las discusiones en torno al yo son muchas y es probable que sigan proliferando, debido a que año tras año también aumenta el número de obras de ficción relativas a individuos que se sumergen en una búsqueda de identidad. Visto de este modo, escribir sobre autores, narradores y personajes que salen a pasear podría suponer una simple enumeración anecdótica. Cabría la posibilidad de que, al hacer un recorrido por todos ellos, el trabajo se convirtiera en una cuestión estadística sin mayor relevancia que la de la curiosidad circunstancial que pueda despertar la numerosa cantidad de literatura que ha nacido a raíz del interés por esta práctica. No obstante, la intencionalidad real de esta tesis es la de, no solo mostrar el alcance del fenómeno, sino también los sentidos que guarda el pasear, así como los problemas que plantea y los conflictos identitarios y sociales que provoca, a los que nosotros mismos como lectores y ciudadanos nos enfrentamos en nuestro día a día. Pasear es un modo sosegado de modificar el espacio, de situarnos en él y de que este nos modifique también a nosotros. A su vez, todo relato es un paseo. No importa el argumento, en cualquier texto literario descubrimos recorridos, vagabundeos y encuentros. Las ficciones se basan en la acción humana de pasear porque han sido compuestas, creadas. Y el autor rara vez no ha sentido cierto placer en ello. Desde el inicio del relato, desde la primera palabra, la primera letra, hay un recorrido que no termina hasta que su creador decide ponerle punto y final. Estos paseos pueden ser muy breves y no presentar apenas distorsiones, o pueden conllevar días y días porque son muchas las bifurcaciones, los posibles senderos a recorrer, de modo que el paseante tiene que hacer un alto en el camino parar decidir cuál escoger. Así, a veces, los autores avanzan con pasos firmes, seguros de la decisión que han tomado, pero otras van a la deriva, se dejan llevar por la corriente o incluso retroceden porque consideran haberse equivocado o porque desean transitar también otras posibilidades. El camino, el del paseo, el de la escritura, los empuja a tratar de encontrarse o construirse a sí mismos, recurriendo a las impresiones que les sobrevienen a través de los sentidos, los cuales les comunican también con sus recuerdos, aquellos que estaban aguardando pacientemente a que pusieran un pie en la calle para reaparecer súbitamente en su memoria. Asimismo, paseo y escritura apelan a los testimonios de otros y, sobre todo, a la imaginación del autor. Son una forma de persuasión por la cual podemos disponer del presente de nuestra propia vida. Esta capacidad para disponer de uno mismo es lo que nos ha llevado numerosas veces a ver el paseo como una práctica solitaria. También pensamos que la escritura lo es. Pero hay algo de falsedad en esta creencia. Montaigne se aísla en su torre, la del castillo heredado de su padre, pero no está del todo solo, pues se halla rodeado de libros, tanto de aquellos que aguardan su turno en las estanterías como de aquellos que ya ha leído y permanecen dentro del pensar y sentir del filósofo. Por otro lado, lo que escribe cuando comienza a redactar sus Ensayos (Essais, 1580) no es un diario, sino un nuevo tipo de escritura por la cual uno, el autor, necesita del otro, el lector, para ser escuchado. Montaigne se da cuenta de que las reflexiones que pasan por su cabeza necesitan ser compartidas con sus lectores. Así, el sujeto moderno nace aislado, pero reclamando ser escuchado, acogido por los demás. En este sentido, el arte de pasear y el de escribir son mucho menos solitarios de lo que pensamos, cada paso que damos nos acerca al otro y cada obra permite una nueva posibilidad de diálogo. A través de ambas prácticas se crean vínculos de identificación reflexiva y afectiva que hacen posible el reconocimiento de los otros y, en consecuencia, el de uno mismo. En definitiva, tras el desarrollo del proyecto de investigación, espero que este trabajo ayude a: dar a conocer la evolución de las escrituras del yo y del paseo desde sus orígenes hasta el momento actual en el panorama cultural occidental; profundizar en el concepto espacial, analizando física y simbólicamente los lugares más relevantes por los que los personajes de las distintas obras literarias pasean, observan, se detienen o incluso habitan, utilizando para ello, primero ejemplos de la historia de la literatura occidental y, después, ejemplos concretos de autores de las escrituras figurativas del yo; mostrar cómo los escritores seleccionados construyen su identidad a través de un lenguaje de la intimidad que está estrechamente relacionado con la acción de pasear, lo que en última instancia hace que la alteridad aparezca muchas veces representada mediante personajes que son un desdoblamiento de los propios autores-narradores de los textos; incidir en la idea de que el pasear no solo permite la búsqueda o la creación de identidades individuales, sino que también favorece el posterior encuentro y entendimiento de los otros; y a exponer el pasear como una actividad, además de individual y reaccionaria, como una práctica colectiva, que admite la demostración física de convicciones éticas, políticas o culturales comunes a distintas personas sin necesidad de que estas se despojen de su identidad individual.