El profesorado del "Instituto Nacional de Física y Química" ante la Guerra Civil, el proceso de depuración y el drama del exilio
- Sara Ramos Zamora Directora
Universidad de defensa: Universidad Complutense de Madrid
Fecha de defensa: 11 de febrero de 2014
- Luis Arranz Márquez Presidente
- Teresa Rabazas Romero Secretaria
- Miguel Angel Gálvez Huerta Vocal
- Gabriela Ossenbach Sauter Vocal
- Alberto Gomis Blanco Vocal
Tipo: Tesis
Resumen
El 6 de febrero de 1932 el Ministro de Instrucción Pública, Fernando de los Ríos Urruti, tomaba posesión del edificio y material que el International Education Board de la Fundación Rockefeller donaba al Estado español con destino a Instituto Nacional de Física y Química, y hacía su entrega a la Junta para Ampliación de Estudios. El nuevo centro suponía el premio a la labor en Física y Química desarrollada en el Laboratorio de Investigaciones Físicas de la JAE, y quedaba constituido con secciones de Electricidad y Magnetismo (bajo la dirección de Blas Cabrera), Rayos X (Julio Palacios Martínez), Espectroscopía (Miguel A. Catalán Sañudo), Química-Física (Enrique Moles Ormella), Química Orgánica (Antonio Madinaveitia Tabuyo) y Electroquímica (Julio Guzmán Carrancio) Si durante los años transcurridos entre la creación del Laboratorio de Investigaciones Físicas, en 1910, y la inauguración del Instituto Nacional de Física y Química, en 1932, el panorama de las Ciencias físico-químicas en España había cambiado radicalmente, a partir de ese momento se constataría una novedad todavía más singular en nuestra vida científica: entre 1932 y 1936 no habría suficiente sitio en el ¿Rockefeller¿ para recibir a todos los estudiantes que querían venir desde el extranjero a aprender, investigar, experimentar y realizar sus tesis doctorales bajo la dirección de Cabrera y del resto de los Jefes de las Secciones. Esta manifestación singular de encuentro con Europa constituyó uno de los ejemplos más importantes de convergencia de los españoles con la Ciencia y la Cultura internacional tras siglos de decadencia. Realmente, el Instituto Nacional de Física y Química puede afirmarse que constituiría uno de los logros más importantes, quizá la culminación de toda la política de la Junta para Ampliación de Estudios iniciada en 1907. Se había pasado del ¿hablar de ciencia¿ al ¿hacer ciencia¿ y el ¿enseñar ciencia¿ al modo y al nivel europeo y con el reconocimiento general de la comunidad científica. Pero, con la llegada de la Guerra Civil, la ruptura sería total, en la Universidad y en todos y cada uno de los centros de la JAE. Todos los profesores del Instituto sufrirían un doloroso proceso de depuración en el que se les harían imputaciones de todo tipo. Y todos los profesores del ¿Rockefeller¿ compartirían también el drama del exilio en sus diversas modalidades, ante un nuevo Régimen salido de la Guerra Civil que optó por cercenar toda posible reconciliación entre españoles. Mientras se levantaba el Consejo Superior de Investigaciones Científicas sobre las cenizas de la Junta para Ampliación de Estudios, el que había sido Director del Instituto Nacional de Física y Química, Blas Cabrera, se encaminaba a su destino final en México, donde fallecería en 1945. En México, a donde había llegado en 1939, moriría también Antonio Madinaveitia en 1974, un año antes del final de la Dictadura. Enrique Moles, exiliado inicialmente en Francia, atendería la llamada del franquismo volviendo a España en 1941, iniciándose para él un calvario nada más cruzar la frontera que le llevaría a una muerte prematura en 1953. Miguel Catalán, quien pasó la Guerra en la zona Nacional, sufriría un exilio interior en España, apartado de su cátedra hasta 1945, falleciendo en 1957, también antes de alcanzar la edad de jubilación. Incluso Julio Palacios, quintacolumnista nacional en Madrid durante la contienda, sería confinado en Almansa en 1944 antes de optar por un autoexilio en Lisboa consentido por el Régimen. De hecho, en la trayectoria del profesorado del Instituto Nacional de Física y Química se manifiestan e ilustran a la perfección, tanto la consagración del éxito de nuestra vida educativa e investigadora entre 1907 y 1936, como la constatación del fracaso de un pueblo como el español con la tragedia que sufrió desde 1936.